miércoles, agosto 26, 2015

Ocho apellidos catalanes, y alguno más

Aseguran algunos artículos estos días, y critican, que haya muy pocos Garcías (ninguno, de hecho) en la lista de Junts pel Mas. Tratando de comprobarlo, he encontrado un fenómeno extraordinario que cuestiona toda la estadística binomial y hasta el teorema del límite central. Y nótese la ironía.

En primer lugar, estadísticamente entra dentro de lo aceptable que, en una lista con 135 candidatos de Junts pel Mas, no haya ninguno cuyo primer apellido sea García. 22 de cada mil catalanes tienen García como primer apellido. Con un factor favorable del 22 por mil, puede calcularse la probabilidad de que, si confeccionamos una lista electoral sin ningún tipo de sesgo, y escogemos al azar 135 ciudadanos catalanes, no obtengamos ningún García. Concretamente, la probabilidad de obtener cero Garcías es de un 4.6%. Una probabilidad bastante baja, cierto, pero no alarmantemente baja. Es mucho más probable que obtengamos uno (14.3% de probabilidad), dos (22.1%), tres (22.6%), cuatro (17.2%) o incluso más de cuatro (19%) Garcías en una lista de 135 catalanes tomados al azar entre toda la población, pero bueno, no es terrible que no haya ningún García.

Más significativo es extender el mismo cálculo de probabilidades a los diez apellidos más frecuentes en Cataluña: García, Martínez, López, Sánchez, Rodríguez, Fernández, Pérez, González, Gómez y Ruiz. Según el Instituto de Estadística de Cataluña, un 13.2% de los catalanes tenemos alguno de los anteriores como primer apellido (de ahora en adelante, "apellidos frecuentes"). Con un factor favorable del 13.2%, podemos calcular la misma probabilidad binomial de obtener ningún apellido, un apellido, dos apellidos, etcétera, en una lista de 135 ciudadanos del montón, escogidos azarosamente entre toda la población catalana.


Observen el histograma anterior. Lo más normal (probabilidad del 47%) sería tener una lista con entre 15 y 19 candidatos con primer apellido frecuente. Curiosamente, de las principales listas electorales, solo dos (Unió y la coalición de ICV-IU-Pablemos) siguen ese patrón de normalidad, con 17 candidatos con apellido frecuente cada una. Algo alejadas de la normalidad, pero no demasiado, tenemos las listas del PSC, PP y Ciudadanos, entre 20 y 24 candidatos. Lo que es verdaderamente asombroso es que haya dos candidaturas, dos, con menos de 5 apellidos frecuentes, lo cual corresponde, para cada una de ellas, a una probabilidad de 46 por cada millón. En efecto, tanto Junts pel Mas como la CUP solo llevan, cada una, a dos candidatos con apellido frecuente.

Una probabilidad de 46 entre 1 millón es una probabilidad extraordinariamente baja. Que un partido se presente a una elecciones con una distribución de apellidos así tiene una probabilidad mucho más baja que ganar el Gordo de Navidad o morir alcanzado por un rayo durante una tormenta, y similar a la probabilidad de nacer con la enfermedad de Zellweger. Pero que dos partidos lo hagan en una misma convocatoria electoral (es decir, que haya menos de 5 candidatos con apellido frecuente en una lista combinada de 135 + 135 = 270 candidatos de Junts pel Mas y CUP) tiene una probabilidad de 4 entre un billón. Si diésemos una guía telefónica a 1000000000000 monos para que escogieran nombres al azar, solo 4 de ellos habrían conseguido elaborar listas como las de Junts pel Mas y CUP.

Un par de aclaraciones finales. La primera es que me he restringido a mirar el primer apellido, si hiciéramos el mismo estudio con ambos apellidos los resultados serían esencialmente los mismos. La segunda es que, aunque ahora no me crean, yo nunca he sido partidario de criticar a tal o cual partido por los apellidos de sus candidatos, de la misma manera que tampoco me importan las cuotas de género. Pero sí es interesante reseñar hasta qué punto los de Un país normal se presentan a las elecciones con una lista tan anormal, tan sesgada, tan anti-ciudadano medio.

martes, agosto 18, 2015

Vía doble

A mediados de legislatura, el Partido Popular nos ofrecía este relato de su acción de gobierno: nada más llegar al poder, se había visto obligado, contra su voluntad, a subirnos los impuestos a todos porque las finanzas públicas estaban hechas un desastre. Acto seguido, se empezaron a sentar las bases de la recuperación: primero se tuvo que reformar la legislación laboral, después se ejecutó la pomposamente llamada "reforma bancaria". A medidados de legislatura, nos aseguraba el Gobierno que faltaba una tercera gran reforma para garantizar el crecimiento futuro: la reforma de la Administración.

De las dos primeras reformas, no hay mucho que comentar. La reforma laboral mantuvo la dualidad entre contratos indefinidos y temporales, mantuvo los privilegios de sindicatos y patronal para pillar cacho en los cursos de formación, y el único cambio que aplicó (indemnizaciones por despido a la baja) lo están suavizando sistemáticamente los jueces en sus sentencias sobre despidos improcedentes. La reforma bancaria consistió esencialmente en recapitalizar cajas quebradas y usar los impuestos de todos los contribuyentes para devolver a preferentistas el dinero que ellos habían perdido. Pero de la tercera reforma nada se sabe. Cambios cosméticos y poco más. Nada se volvió a decir, no sea que alguien se acuerde.

Un ejemplo de retoque cosmético, y a otra cosa mariposa, es la estación provisional de ferrocarril de Gijón. Dentro de la misma estación conviven trenes de cercanías de vía estrecha (Feve) con los servicios de cercanías y larga distancia de Renfe. En 2012, el Partido Popular decidió, en aras de la reforma de la Administración, disolver la empresa pública Feve, segregando sus activos a favor de Renfe y Adif. El objetivo, muy razonable, evitar duplicidades administrativas y aprovechar sinergias.



La segregación se hizo formalmente, pero ahí acabó todo. En la imagen vemos las taquillas de Feve a la izquierda y las de Renfe a la derecha, bien separadas interiormente por una pared, para que quede claro que cada uno trabaja en un sitio. Desde una ventanilla solo se venden billetes para vía estrecha y desde la otra para vía ancha. Desde la estación de Gijón se pueden tomar trenes a destinos servidos por Renfe y por Feve, como Oviedo, Avilés o Veriña, pero hay billetes de una y otra compañía (¡aunque ya están fusionadas!), con tarifas distintas y no intercambiables entre sí. En cada ventanilla de Renfe y Feve un empleado, con su supervisor comercial detrás. En el vestíbulo de la estación hay monitores de información con las próximas salidas, uno para trenes de Feve y otro para trenes de Renfe. Las vías de Feve, numeradas de la 1 a la 3; las de Renfe, también de la 1 a la 3 (¡y están unas junto a otras!). Tres máquinas de venta de billetes: una solo vende billetes de Feve, otra solo vende billetes de cercanías Renfe, otra solo vende billetes de Larga Distancia. La megafonía anuncia las próximas salidas, cercanías con destino Oviedo vía 3, sin saber si el tren y la vía son de Feve o de Renfe. así que, de puertas adentro, todo duplicado, todo confuso, todo sin sentido, movilidad cero de trabajadores de una empresa a otra y una doble red administrativa por detrás. De cara al ciudadano, si un usuario poco frecuente quiere viajar a Oviedo, primero debe consultar las dos pantallas de información y adivinar si el primer tren va a ser de Renfe o de Feve, después hacer cola en una de las dos taquillas o en una de las máquinas aunque la otra esté vacía, y después acertar con la vía correcta, que como decimos tiene doble numeración. Si se equivoca y, con un billete de Feve accede al tren de Renfe, se le considerará viajero desprovisto de billete, y multazo al canto.

Este es un ejemplo de la eficaz reforma de la Administración que ha puesto en marcha este gobierno, y así todo. Cosmética e ir tirando. De hecho podría ser el lema del PP en la próxima campaña electoral: "Vamos tirando".