viernes, septiembre 11, 2009

Nada que celebrar


Me avergüenzo de que el día de la fiesta regional de Cataluña, el gobierno autonómico invite a una cantante israelí y luego organice una protesta contra ella por ser israelí.

Me avergüenzo de que el día de la fiesta regional de Cataluña, políticos, deportistas y representantes de instituciones tan impolutas como el Palau de la Música desfilen a homenajear a no se sabe muy bien quién, entre pitos, abucheos e insultos, y que eso se considere absolutamente normal.

Me avergüenzo de que el catalanismo sea tan intelectualmente inferior que celebre una victoria borbónica.

Me avergüenzo de que el gobierno de Cataluña dé más importancia a los cientos de despedidos de grandes empresas como Roca o Nissan (con viajes relámpago a Japón o compromisos específicos de mantenimiento de puestos de trabajo) que a las decenas de miles de despedidos de pequeñas y medianas empresas que no pertenecen a ningún lobby que les dé protagonismo.

Me avergüenzo de que el presidente de Cataluña sea un analfabeto técnico con fama de gran estratega y mejor gestor.

Me avergüenzo de que el vicepresidente de Cataluña dé tan mal ejemplo a los ciudadanos que le pagamos el sueldo, diciendo que no hay que respetar las sentencias judiciales que no te gustan.

Me avergüenzo de que los informativos de la televisión pública catalana estén, por orden de dedicación, al servicio de la construcción nacional de Cataluña, del terrorismo islámico y de Hugo Chávez.

Me avergüenzo de que Cataluña sea la única comunidad autónoma de España con comunistas en el gobierno (ya saben, el motor de España, el dinamismo y esas chorradas).

Me avergüenzo de que la Generalitat de Cataluña deba veinticinco mil millones de euros (25000000000€) y la deuda crezca a razón de 3 millones de euros por día.

Me avergüenzo de que, entre los objetivos del presidente de la Generalitat, se encuentren untar a los sindicatos, gastar dinero en asesores e informes o eliminar cualquier referencia a España en la vida pública.

Me avergüenzo de que detrás de palabras mágicas como autogovern, finançament, invasió de competències o catalanofòbia se esconda la incapacidad para gestionar los recursos públicos y una habilidad envidiable para manipular a la opinión pública.

Me avergüenzo de que Cataluña, que no hace tanto era en España un referente de la cultura del esfuerzo, de competitividad y de emprendedores, sea ahora un paraíso de gente cuyo máximo objetivo en la vida es ser funcionario, "para cobrar bien y no tener sobresaltos".

Me avergüenzo, en definitiva, de que con este percal la mayoría de ciudadanos de Cataluña encima estemos orgullosos de ser catalanes.