lunes, septiembre 27, 2010

Civismo cotidiano

Domingo, ocho menos diez de la tarde. Barcelona - Estación de Francia, fantástica estación que con las obras del túnel del Ave está bastante más frecuentada que años atrás, cuando era un erial de trenes regionales vacíos hasta Paseo de Gracia. Cogemos un cercanías servido por una UT 450. A pesar de que el tren está casi vacío, cuesta elegir dónde sentarse, entre tanto periódico tirado y tanto asiento rallado, pintado o simplemente sucio. En mi coche, detrás de mí apenas van sentadas tres personas más, un matrimonio (o pareja, vaya) cincuentón y un tío que se parece mucho a Carl Winslow, aquel policía gordo que salía en Cosas de casa.

Nada más arrancar, Carl Winslow enciende su MP3 y lo pone a todo volumen. No sé cómo la gente que pone la música a todo trapo tiene tan mal gusto, la canción es insorportablemente repetitiva y cansina. Pero el problema, sobretodo, es el volumen. Me va a perforar los tímpanos este cabrón. Al cabo de cuatro minutos, se para la música y empiezo a girarme con intención de aplaudir al Carl Winslow de los cojones para agradecerle que nos deje sin música un rato. Pero qué narices, acaba de volver al inicio y vuelve a sonar desde el principio.

El matrimonio está tan callado como yo, supongo que aguantando como pueden. Llegamos a Paseo de Gracia y apenas suben tres o cuatro personas más a mi coche. No me lo puedo creer, acaban de subir dos quillos que tienen toda la pinta de ser del Baix Llobregat, y uno de ellos enciende su MP3 con música dance a todo volumen, compitiendo con la música salsera de Carl Winslow. Qué narices, el otro quillo también enciende otro, están sonando tres canciones de mierda, a cada cual más alta, y los demás no decimos nada. Creo que ni ellos mismos distinguen su música, que se mezcla con las demás. Lástima que en las ondas sonoras no haya interferencias destructivas como aquellas que enseñaba el profe de Óptica hace unos años.

Menos mal que ya me bajo en Sants, con Carl Winslow, por cierto. Al pasar al lado del matrimonio cincuentón, resulta que ambos están con las piernas estiradas, con los pies encima del banco que tienen enfrente. ¿Pero es que aquí no hay nadie normal, hostia? Ahí se quedan, los quillos y el matrimonio, como mínimo hasta Castefa.

Al bajar en Sants, para salir hay que volver a cancelar el billete. Salgo, y Carl Winslow se cuela detrás de mí, a unos diez metros del punto de control donde hay un par de interventores de Renfe que, ociosos, simulan fijarse en alguna musaraña. Me meto en el metro (joder, sigue Carl Winslow aquí también) y veo un cartel publicitario enorme, que dice en catalán: En Barcelona todo cabe, pero no todo vale. Y una mierda.