Damos comienzo a una sección que irá apareciendo con cierta frecuencia, Ni som ni serem (o sea, ni somos ni seremos), una serie de posts donde comentaremos algunas de las situaciones más surrealistas, ridículas e irreproducibles acaecidas en el oasis político catalán en los últimos 30 años.
Alguna vez he dejado caer por aquí que en un pasado lejano, olvidado, vagamente irreal, cuando era un adolescente ignaro (o más ignaro todavía, vaya), tenía ciertas simpatías por el nacionalismo catalán y por el nacionalismo periférico en general. Dos hechos muy concretos me ayudaron a desvincularme progresivamente de aquella bazofia. Uno, la indignada reacción de los nacionalistas vascos supuestamente moderados al encarcelamiento de la mesa nacional de Herri Batasuna a finales de 1997. Y dos, el que comentaremos hoy, un fenómeno que me dejó impresionado y que creo que a muy pocos llamó la atención.
Doce de marzo de 2000. El Partido Popular obtiene la mayoría absoluta por primera (y última) vez en unas elecciones generales. El candidato a la reelección, José María Aznar, consigue 183 diputados frente a los 125 del aspirante Almunia, que presenta su dimisión. En Cataluña, el Psc vuelve a ser, cómo no, el más votado a pesar de pegarse un lechugazo histórico; todos los partidos catalanes pierden votos excepto el Partido Popular, que pasa de ocho a doce diputados. Son las once menos diez de la noche y tengo puesta TV3. Comparece ante la militancia del Psc Narcís Serra, cabeza de lista por Barcelona, un chico nuevo que está empezando (nótese la ironía, al menos en eso con la Chacón han mejorado). Y ante los más bien pocos seguidores allí congregados con cara de funeral, Serra aparece eufórico, sonriente y victorioso: "¡¡Estamos muy satisfechos porque los socialistas catalanes hemos sido los más votados!!"
Enhorabuena, exministro. Ante cierta incredulidad de los allí presentes, la cúpula del Psc llevó hasta las últimas consecuencias su credo nacionalista: sus intereses terminaban en el límite entre Almacelles y Tamarite de Litera y, a diferencia de sus simpatizantes, tanto les daba la derrota de Almunia, lo suyo era Cataluña y todo lo demás no era asunto suyo. En eso, ocho años después también han cambiado. Siguen siendo igual de nacionalistas que siempre, pero sus votantes ahora les acompañan entregados, con convicción.
Alguna vez he dejado caer por aquí que en un pasado lejano, olvidado, vagamente irreal, cuando era un adolescente ignaro (o más ignaro todavía, vaya), tenía ciertas simpatías por el nacionalismo catalán y por el nacionalismo periférico en general. Dos hechos muy concretos me ayudaron a desvincularme progresivamente de aquella bazofia. Uno, la indignada reacción de los nacionalistas vascos supuestamente moderados al encarcelamiento de la mesa nacional de Herri Batasuna a finales de 1997. Y dos, el que comentaremos hoy, un fenómeno que me dejó impresionado y que creo que a muy pocos llamó la atención.
Doce de marzo de 2000. El Partido Popular obtiene la mayoría absoluta por primera (y última) vez en unas elecciones generales. El candidato a la reelección, José María Aznar, consigue 183 diputados frente a los 125 del aspirante Almunia, que presenta su dimisión. En Cataluña, el Psc vuelve a ser, cómo no, el más votado a pesar de pegarse un lechugazo histórico; todos los partidos catalanes pierden votos excepto el Partido Popular, que pasa de ocho a doce diputados. Son las once menos diez de la noche y tengo puesta TV3. Comparece ante la militancia del Psc Narcís Serra, cabeza de lista por Barcelona, un chico nuevo que está empezando (nótese la ironía, al menos en eso con la Chacón han mejorado). Y ante los más bien pocos seguidores allí congregados con cara de funeral, Serra aparece eufórico, sonriente y victorioso: "¡¡Estamos muy satisfechos porque los socialistas catalanes hemos sido los más votados!!"
Enhorabuena, exministro. Ante cierta incredulidad de los allí presentes, la cúpula del Psc llevó hasta las últimas consecuencias su credo nacionalista: sus intereses terminaban en el límite entre Almacelles y Tamarite de Litera y, a diferencia de sus simpatizantes, tanto les daba la derrota de Almunia, lo suyo era Cataluña y todo lo demás no era asunto suyo. En eso, ocho años después también han cambiado. Siguen siendo igual de nacionalistas que siempre, pero sus votantes ahora les acompañan entregados, con convicción.