Tampoco es que lo esconda secretamente, pero no suelo contar a la primera de cambio que soy de derechas. Primero, porque no me lo preguntan. Segundo, porque objetivamente no es un dato relevante a la hora de darte a conocer.
Cuando el tiempo pasa y el progre que has conocido hace poco o que conoces de toda la vida se entera de que eres un desafecto a la maravillosa y quimérica cosmovisión de luz, color y fantasía que es la izquierda contemporánea, suele reaccionar siguiendo una pauta bien descrita.
- ¡Pero qué dices!
- Que sí, que yo soy de derechas.
- ¡Hala! ¡Pero si tú parecías una persona normal! No me esperaba esto de ti.
- Ya, ya. ¿Y qué más te da?
- ¡Es que sois unos fachas!
(palabras clave: parecías, esperaba, fachas)
Transcurridos unos minutos en los que el progre en cuestión procesa [con dificultad] la traumática noticia, comienza el interrogatorio, en este instante su superioridad moral ya le adjudica la potestad de juzgar. Y juzgar a toda velocidad.
- Oye, pero... ¿tú todo esto que dice el Zaplana, y el Acebes, y esta gente... tú te lo crees?
- Hombre, yo no elegiría precisamente a Zaplana como mi político predilecto. Pero sí, claro, si digo que soy del PP, un analista agudo podría llegar a comprender que creo en las ideas que defiende el PP.
- ¿Y escuchas al facha ese de la radio? ¿Y no te da vergüenza que por culpa de gente como tú hayamos tenido 200 muertos? ¿Y dices que los de tu entorno no son derechas? ¿Y cómo te aguantan? ¿Y por qué no paráis de hablar de la Eta? ¡Pero si tú trabajas, si los del PP sólo defienden a los empresarios y están en contra de Cataluña!
- Ya, ya, bueno mira, tómate una tila. Por cierto, tengo un blog, si tienes tanta curiosidad y quieres que te conteste de una forma algo ordenada, lo vas mirando y tal...
Y al final acaba perdonándote la vida, haciendo un gran esfuerzo, como si en la relación que te vincula con el progre en cuestión la ideología fuese un elemento relevante.
Hay algo todavía más molesto que la superioridad moral de la izquierda: que, además, es cansina, previsible.
Cuando el tiempo pasa y el progre que has conocido hace poco o que conoces de toda la vida se entera de que eres un desafecto a la maravillosa y quimérica cosmovisión de luz, color y fantasía que es la izquierda contemporánea, suele reaccionar siguiendo una pauta bien descrita.
- ¡Pero qué dices!
- Que sí, que yo soy de derechas.
- ¡Hala! ¡Pero si tú parecías una persona normal! No me esperaba esto de ti.
- Ya, ya. ¿Y qué más te da?
- ¡Es que sois unos fachas!
(palabras clave: parecías, esperaba, fachas)
Transcurridos unos minutos en los que el progre en cuestión procesa [con dificultad] la traumática noticia, comienza el interrogatorio, en este instante su superioridad moral ya le adjudica la potestad de juzgar. Y juzgar a toda velocidad.
- Oye, pero... ¿tú todo esto que dice el Zaplana, y el Acebes, y esta gente... tú te lo crees?
- Hombre, yo no elegiría precisamente a Zaplana como mi político predilecto. Pero sí, claro, si digo que soy del PP, un analista agudo podría llegar a comprender que creo en las ideas que defiende el PP.
- ¿Y escuchas al facha ese de la radio? ¿Y no te da vergüenza que por culpa de gente como tú hayamos tenido 200 muertos? ¿Y dices que los de tu entorno no son derechas? ¿Y cómo te aguantan? ¿Y por qué no paráis de hablar de la Eta? ¡Pero si tú trabajas, si los del PP sólo defienden a los empresarios y están en contra de Cataluña!
- Ya, ya, bueno mira, tómate una tila. Por cierto, tengo un blog, si tienes tanta curiosidad y quieres que te conteste de una forma algo ordenada, lo vas mirando y tal...
Y al final acaba perdonándote la vida, haciendo un gran esfuerzo, como si en la relación que te vincula con el progre en cuestión la ideología fuese un elemento relevante.
Hay algo todavía más molesto que la superioridad moral de la izquierda: que, además, es cansina, previsible.