Ah, cuán dichosos (y tranquilos) estaríamos si en algún momento hubiera fructificado el amor imposible entre Rodríguez Zapatero y Rajoy Brey. Pero aquello nunca pudo funcionar. Y no fue por culpa de ambos, como insisten siempre en recalcar los disfrazados de ecuánimes. No. Fue culpa del primero, quien escogió la egolatría frente al buen criterio, la carencia de escrúpulos frente al sentido de Estado, el revanchismo frente a la responsabilidad.
Rodríguez y Rajoy no se quieren. No se quieren ni ver. Para ZP, don Mariano es el Pepito Grillo que dificulta y señala sus maniobras tenebrosas en los cimientos fundamentales del Estado moderno. Para Rajoy, el presidente es el hombre que encarna la ausencia de garantías, la ausencia de principios, la ausencia de ideas y hasta la ausencia de ausencias.
Y mientras continúan aflorando los rencores fraticidas de las dos Españas, rencores supuestamente superados hasta que apareció nuestro líder cósmico zapateril, yo sólo pienso en uno de los postulados fundamentales de Murphy, y lo considero aplicable a la política española contemporánea: Sonría. Mañana puede ser peor.
Rodríguez y Rajoy no se quieren. No se quieren ni ver. Para ZP, don Mariano es el Pepito Grillo que dificulta y señala sus maniobras tenebrosas en los cimientos fundamentales del Estado moderno. Para Rajoy, el presidente es el hombre que encarna la ausencia de garantías, la ausencia de principios, la ausencia de ideas y hasta la ausencia de ausencias.
Y mientras continúan aflorando los rencores fraticidas de las dos Españas, rencores supuestamente superados hasta que apareció nuestro líder cósmico zapateril, yo sólo pienso en uno de los postulados fundamentales de Murphy, y lo considero aplicable a la política española contemporánea: Sonría. Mañana puede ser peor.