Tiempo habrá para hablar del abominable e ilustrativo informe sobre periodistas, medios y personajes diversos del gobierno de Convergència i Unió, conocido estos días. Tiempo habrá para comentar todos los atropellos acerca de las opas a Endesa. Tiempo habrá para recrearse en la política gubernamental pacifista con ETA y belicista con fumadores, conductores y opositores. Tres aspectos, todos ellos, que son aristas de un mismo objeto, el nacionalismo. Pero hoy vamos a lo que de verdad importa: la rúa de Carnaval de Barcelona, esta tarde.
Iba yo por la calle de Sants ataviado con mi discretísimo disfraz de cactus (con sus pinchos y su sustrato verde), mientras esperaba junto a otro cactus y una vaca la llegada de los titiriteros diversos. Y en cabeza de la rúa, un enorme busto de Federico Jiménez-Losantos, con un micrófono de la Cope y un cartelito colgando que rezaba "Rancio". Tras él, un montón de personajes indescriptibles con micrófonos de la Cope, diciendo y haciendo gilipolleces, insultando a la cadena de radio.
Un evento público, municipal, financiado con impuestos, utilizado para cargar contra un medio de comunicación que escuchan decenas de miles de ciudadanos barceloneses. Yo no oigo especialmente a FJL, porque me levanto tarde y porque me gusta más Carlos Herrera. Pero la Cope es el único medio informativo que defiende sin fisuras y sin complejos la nación española y la Constitución vigente. Y por eso es ridiculizada por El Progre, ese ente metapersonal y extendido al que le gusta tanto la libertad de prensa como la meritocracia o el libre mercado.
Indignado (como es habitual), me he puesto a gritar profusamente ¡¡¡Viva la Cope!!!, con saltitos y señales de victoria en los dedos, todo incluído, con la esperanza de que las despreciables alimañas progres que insultaban a la Cope pudieran escucharme y asquearse, cosa que por desgracia no ha ocurrido. Tras ellos, una carroza con una señora-carroza dentro, saturada de senyeras y dando vivas al estatut. Joder, el desfile prometía, con tanto pan y circo institucional al principio. Tristemente, después el nivel ha ido bajando, y han aparecido pandas de bolivianos, gente disfrazada de llama de fuego, extrabajadores de la SEAT y frikies diversos.
Ah, las rúas carnavalescas, esos antros, también controlados por la agitación, como todo en esta Cataluña póstuma.
Iba yo por la calle de Sants ataviado con mi discretísimo disfraz de cactus (con sus pinchos y su sustrato verde), mientras esperaba junto a otro cactus y una vaca la llegada de los titiriteros diversos. Y en cabeza de la rúa, un enorme busto de Federico Jiménez-Losantos, con un micrófono de la Cope y un cartelito colgando que rezaba "Rancio". Tras él, un montón de personajes indescriptibles con micrófonos de la Cope, diciendo y haciendo gilipolleces, insultando a la cadena de radio.
Un evento público, municipal, financiado con impuestos, utilizado para cargar contra un medio de comunicación que escuchan decenas de miles de ciudadanos barceloneses. Yo no oigo especialmente a FJL, porque me levanto tarde y porque me gusta más Carlos Herrera. Pero la Cope es el único medio informativo que defiende sin fisuras y sin complejos la nación española y la Constitución vigente. Y por eso es ridiculizada por El Progre, ese ente metapersonal y extendido al que le gusta tanto la libertad de prensa como la meritocracia o el libre mercado.
Indignado (como es habitual), me he puesto a gritar profusamente ¡¡¡Viva la Cope!!!, con saltitos y señales de victoria en los dedos, todo incluído, con la esperanza de que las despreciables alimañas progres que insultaban a la Cope pudieran escucharme y asquearse, cosa que por desgracia no ha ocurrido. Tras ellos, una carroza con una señora-carroza dentro, saturada de senyeras y dando vivas al estatut. Joder, el desfile prometía, con tanto pan y circo institucional al principio. Tristemente, después el nivel ha ido bajando, y han aparecido pandas de bolivianos, gente disfrazada de llama de fuego, extrabajadores de la SEAT y frikies diversos.
Ah, las rúas carnavalescas, esos antros, también controlados por la agitación, como todo en esta Cataluña póstuma.