Esta mañana había elecciones sindicales en mi lugar de trabajo. En los días previos, he ido recibiendo panfletos estúpidos, propuestas ridículas y regalitos, muchos regalitos, de parte de CCOO, UGT y una desconocida Unificació Social Obrera de Catalunya, o algo parecido. Entre los regalos, destaca un inmenso chaleco reflectante amarillo fosforito, con el lema "Nosaltres et donem suport - Vota UGT"; no sé qué haré con el peto reflectante, a lo mejor me sirve para ponerlo en el suelo después de fregar, o algo así.
El caso es que incluso a mí, habitual denigrador de sindicalistas y otras malas hierbas, me ha sorprendido el ingente gasto en mierda, en publicidad y autobombo, en insignia, bolígrafos, chalecos reflectantes y panfletos que los sindiclás han ido repartiendo esta semana por mi modesta empresa. Mi reino por un voto. Y un voto para trincar.
Hoy, a eso de las doce, ha aparecido una delegada de Comisiones Obreras preguntándome qué hacía, por qué no había ido a votar, que era uno de los pocos que faltaba por pasar por la urna. Me he quedado mirándola, y le he dicho que simplemente no quería. La secuaz de Fidalgo insiste y me explica que es muy importante ser solidario y patatín y patatán, que es una obligación moral ir a dar mi apoyo a los trabajadores. "Pues como no llames a los GEO, no sé cómo me vas a obligar", replico antes de que dé media vuelta (y pase, probablemente, a incluírme en la lista negra de los sindicalistas, que seguro que existe). No sé si hubiera debido decirle directamente que no sólo no me interesa lo más mínimo su circo sindical sino que soy anarcocapitalista, no creo en la lucha obrera, no quiero que ni un solo céntimo de mis impuestos vaya a parar a sus organizaciones para que luego me regalen chalecos reflectantes y quiero que cualquier piquete coercitivo vaya directamente al calabozo en una convocatoria de huelga. Cuando todo eso ocurra, quizás España sea un país un poquito libre.
Por cierto que en las elecciones al comité de empresa, ha ganado CCOO por mucha diferencia.
El caso es que incluso a mí, habitual denigrador de sindicalistas y otras malas hierbas, me ha sorprendido el ingente gasto en mierda, en publicidad y autobombo, en insignia, bolígrafos, chalecos reflectantes y panfletos que los sindiclás han ido repartiendo esta semana por mi modesta empresa. Mi reino por un voto. Y un voto para trincar.
Hoy, a eso de las doce, ha aparecido una delegada de Comisiones Obreras preguntándome qué hacía, por qué no había ido a votar, que era uno de los pocos que faltaba por pasar por la urna. Me he quedado mirándola, y le he dicho que simplemente no quería. La secuaz de Fidalgo insiste y me explica que es muy importante ser solidario y patatín y patatán, que es una obligación moral ir a dar mi apoyo a los trabajadores. "Pues como no llames a los GEO, no sé cómo me vas a obligar", replico antes de que dé media vuelta (y pase, probablemente, a incluírme en la lista negra de los sindicalistas, que seguro que existe). No sé si hubiera debido decirle directamente que no sólo no me interesa lo más mínimo su circo sindical sino que soy anarcocapitalista, no creo en la lucha obrera, no quiero que ni un solo céntimo de mis impuestos vaya a parar a sus organizaciones para que luego me regalen chalecos reflectantes y quiero que cualquier piquete coercitivo vaya directamente al calabozo en una convocatoria de huelga. Cuando todo eso ocurra, quizás España sea un país un poquito libre.
Por cierto que en las elecciones al comité de empresa, ha ganado CCOO por mucha diferencia.