Hace diez días, el líder del Partido Popular, Mariano Rajoy, expresó sus quejas por el inaceptable comportamiento del Adolescente, Rodríguez Zapatero, que posó sonriente con la servilleta palestina en plena crisis entre Israel y Líbano. Rodríguez Zapatero fue indigno, repugnante, execrable, y como presidente del gobierno, retrató a España como lo que es. El rechazo de Rajoy estaba, pues, plenamente justificado.
Por desgracia, el Partido Popular no ha mostrado siempre esa actitud de defensa de los valores occidentales y desapego de cualquier símbolo o gesto que pueda insinuar el más mínimo apoyo a movimientos antisemitas. Hubo un tiempo, en absoluto lejano, en el que ni el PP ni su presidente estaba interesado en la defensa de ciertos principios.
Eran aquellos años divertidos, precursores de la mayoría absoluta, en los que José María Aznar pasaba la Navidad en compañía del exsecuestrador de aviones Yasser Arafat, aquel tiempo glorioso en el que el ahora neoliberal prooccidental Josep Piqué condenaba la política antiterrorista de Israel mientras se abrazaba con el mismo exsecuestrador de aviones, aquel episodio fascinante en el que el ministro Trillo defendía el traslado de dos terroristas palestinos a España con cargo a los presupuestos generales del Estado en 2002, terroristas que deben seguir campando a sus anchas por aquí, creo que en la provincia de Soria.
El PP decía y hacía barbaridades respecto de Israel no hace mucho. Era cuando tenía mayoría absoluta y Rodríguez era un aspirante imberbe. Ahora que tiene un discurso impecable y aseado en defensa de la única democracia de Oriente Medio, es el tiempo en que la derecha se adentra en la travesía del desierto electoral. Porque el episodio de la servilleta de Rodríguez aún le habrá reportado algún voto más al presidente. Y es que España es lo que es.
Por desgracia, el Partido Popular no ha mostrado siempre esa actitud de defensa de los valores occidentales y desapego de cualquier símbolo o gesto que pueda insinuar el más mínimo apoyo a movimientos antisemitas. Hubo un tiempo, en absoluto lejano, en el que ni el PP ni su presidente estaba interesado en la defensa de ciertos principios.
Eran aquellos años divertidos, precursores de la mayoría absoluta, en los que José María Aznar pasaba la Navidad en compañía del exsecuestrador de aviones Yasser Arafat, aquel tiempo glorioso en el que el ahora neoliberal prooccidental Josep Piqué condenaba la política antiterrorista de Israel mientras se abrazaba con el mismo exsecuestrador de aviones, aquel episodio fascinante en el que el ministro Trillo defendía el traslado de dos terroristas palestinos a España con cargo a los presupuestos generales del Estado en 2002, terroristas que deben seguir campando a sus anchas por aquí, creo que en la provincia de Soria.
El PP decía y hacía barbaridades respecto de Israel no hace mucho. Era cuando tenía mayoría absoluta y Rodríguez era un aspirante imberbe. Ahora que tiene un discurso impecable y aseado en defensa de la única democracia de Oriente Medio, es el tiempo en que la derecha se adentra en la travesía del desierto electoral. Porque el episodio de la servilleta de Rodríguez aún le habrá reportado algún voto más al presidente. Y es que España es lo que es.