En un pasado no muy lejano, dirigentes y carguetes de Convergència i Unió se esmeraban en dejar claro las notables diferencias entre su coalición y el Partido Popular. El presidente del comité de govern de Unió, el encubridor de corruptos Josep Antoni Duran, era aficionado a decir que CIU y PP se parecían como un huevo a una castaña.
Al margen de que sería interesante plantearse quién es el huevo y quién la castaña, está claro que populares y convergentes son distintos. Distintos, pero no por lo que dice gente como Duran, por la cuestión de nacional (de hecho, con según qué personaje de cabeza de lista por alguna circunscripción catalana, debe ser el único asunto en el que podrían coincidir CIU y PP), sino por notables diferencias en aspectos de gestión, ideología y formas de entender la política.
Uno puede discutir si el Partido Popular es un partido liberal o si es todo lo liberal que debería en la política y la economía. Uno puede discutirlo. No puede nadie, en cambio, afirmar que los nacionalistas catalanes de CIU sean un partido liberal, por muy adscritos que estén a ese grupo parlamentario en el parlamento europeo. El último ejemplo es la reacción frente al bochorno del aeropuerto de El Prat. Josep Piqué tuvo una intervención encomiable en la diputación permanente del parlamento catalán, y fue encomiable no por ninguna genialidad, sino porque se limitó a poner de manifiesto la ausencia y la inoperancia del ejecutivo catalán y del delegado del gobierno en Catauña aquel día. Artur Mas, por su parte, hizo lo único que sabe: pedir más competencias.
De acuerdo con la cosmovisión convergente, el traspaso competencial a la Generalitat del aeropuerto de Barcelona habría evitado el conflicto, y además conllevaría una mejor gestión aeroportuaria. Nadie ha podido explicar nunca por qué cuanto más cercana es la administración al ciudadano, mejor va a funcionar la gestión. Todavía puede explicar menos por qué los trabajadores del handling van a campar a sus anchas ante la guardia civil pero no ante las huestes del nuevo president, Mas o Montilla, tanto monta monta tanto. Pero en cualquier caso, lo que destaca en esa intervención de Mas (y en todas y cada una de las demandas nacionalistas de traspasos) es la visión del capitalismo a la mexicana: la Generalitat se queda con la potestad de otorgar nuevas concesiones; esas concesiones administrativas se hacen luego a los amiguetes de empresas más o menos cercanas al partido a modo de favor. Y esa es la única razón de ser de las demandas de traspasos competenciales: más funcionarios de la casa y más empresarios del partido que fan país. Y todo vigilado estrechamente por el poder.
Alguien podría darse cuenta de que, incluso si uno es nacionalista, antes que la bandera es la cartera. Y que la única ventaja que tiene una competencia del Estado en manos de una autonomía es que así es más fácil pillar. El mal llamado "problema catalán" no puede ser más que el problema nacionalista.
Al margen de que sería interesante plantearse quién es el huevo y quién la castaña, está claro que populares y convergentes son distintos. Distintos, pero no por lo que dice gente como Duran, por la cuestión de nacional (de hecho, con según qué personaje de cabeza de lista por alguna circunscripción catalana, debe ser el único asunto en el que podrían coincidir CIU y PP), sino por notables diferencias en aspectos de gestión, ideología y formas de entender la política.
Uno puede discutir si el Partido Popular es un partido liberal o si es todo lo liberal que debería en la política y la economía. Uno puede discutirlo. No puede nadie, en cambio, afirmar que los nacionalistas catalanes de CIU sean un partido liberal, por muy adscritos que estén a ese grupo parlamentario en el parlamento europeo. El último ejemplo es la reacción frente al bochorno del aeropuerto de El Prat. Josep Piqué tuvo una intervención encomiable en la diputación permanente del parlamento catalán, y fue encomiable no por ninguna genialidad, sino porque se limitó a poner de manifiesto la ausencia y la inoperancia del ejecutivo catalán y del delegado del gobierno en Catauña aquel día. Artur Mas, por su parte, hizo lo único que sabe: pedir más competencias.
De acuerdo con la cosmovisión convergente, el traspaso competencial a la Generalitat del aeropuerto de Barcelona habría evitado el conflicto, y además conllevaría una mejor gestión aeroportuaria. Nadie ha podido explicar nunca por qué cuanto más cercana es la administración al ciudadano, mejor va a funcionar la gestión. Todavía puede explicar menos por qué los trabajadores del handling van a campar a sus anchas ante la guardia civil pero no ante las huestes del nuevo president, Mas o Montilla, tanto monta monta tanto. Pero en cualquier caso, lo que destaca en esa intervención de Mas (y en todas y cada una de las demandas nacionalistas de traspasos) es la visión del capitalismo a la mexicana: la Generalitat se queda con la potestad de otorgar nuevas concesiones; esas concesiones administrativas se hacen luego a los amiguetes de empresas más o menos cercanas al partido a modo de favor. Y esa es la única razón de ser de las demandas de traspasos competenciales: más funcionarios de la casa y más empresarios del partido que fan país. Y todo vigilado estrechamente por el poder.
Alguien podría darse cuenta de que, incluso si uno es nacionalista, antes que la bandera es la cartera. Y que la única ventaja que tiene una competencia del Estado en manos de una autonomía es que así es más fácil pillar. El mal llamado "problema catalán" no puede ser más que el problema nacionalista.