José Ortega y Gasset es uno de los mejores pensadores españoles de la historia. Por eso no lo lee nadie. Ortega concluía sus estudios en los años posteriores a la crisis española de 1898, y su vocación regeneracionista impregna buena parte de sus textos. Muchos de sus libros son más actuales que nunca, y su España invertebrada bien podría ser un vivo retrato del devenir de España en las últimas décadas y no una obra de la primera mitad del siglo XX.
En ensayistas.org, leemos:
Dentro del espíritu de su generación, Ortega toma conciencia del problema de España y diagnostica que tal problema radica en el individualismo de los hombres y las regiones de España, que no han sentido una inquietud común por los asuntos nacionales. De ahí que proponga que la regeneración de España sólo puede venir de la mano de una toma de conciencia entusiasta de una misión nacional. Para que esta misión pueda ser llevada a cabo con éxito, Ortega propondrá la necesidad de la existencia de una elite intelectual —en la que él mismo se siente integrado— que, tomando lo mejor del mundo occidental, sepa "fomentar la organización de una minoría encargada de la educación política de las masas".
Ortega se metió en política y, como cualquiera con cerebro que se atreve a husmear en ese mundo pestilente, salió escaldado: la reflexión, el pensamiento, la búsqueda de la verdad no interesa a nadie. Un hemiciclo no difiere tanto de un programa de telebasura: la mayoría de la población premia la ligereza, la sencillez y el recurso al instinto. Ningún gestor público se rebaja a escuchar las elaboraciones de un intelectual. La cosa pública se gobierna con cortoplacismo, con la mirada puesta en la próxima contienda electoral y en la mejor forma de dañar al adversario. En tiempos de Ortega y en la actualidad. Ahora, ahora que sólo los nacionalistas campan a sus anchas sin que nadie con un puesto de responsabilidad haga nada por evitarlo, no deja de ser un consuelo leer a una mente lúcida que hablaba a las paredes contándoles cómo reorganizar España hace más de setenta años. Y todo, un esfuerzo inútil.
Ortega: "El esfuerzo inútil conduce a la melancolía".
En ensayistas.org, leemos:
Dentro del espíritu de su generación, Ortega toma conciencia del problema de España y diagnostica que tal problema radica en el individualismo de los hombres y las regiones de España, que no han sentido una inquietud común por los asuntos nacionales. De ahí que proponga que la regeneración de España sólo puede venir de la mano de una toma de conciencia entusiasta de una misión nacional. Para que esta misión pueda ser llevada a cabo con éxito, Ortega propondrá la necesidad de la existencia de una elite intelectual —en la que él mismo se siente integrado— que, tomando lo mejor del mundo occidental, sepa "fomentar la organización de una minoría encargada de la educación política de las masas".
Ortega se metió en política y, como cualquiera con cerebro que se atreve a husmear en ese mundo pestilente, salió escaldado: la reflexión, el pensamiento, la búsqueda de la verdad no interesa a nadie. Un hemiciclo no difiere tanto de un programa de telebasura: la mayoría de la población premia la ligereza, la sencillez y el recurso al instinto. Ningún gestor público se rebaja a escuchar las elaboraciones de un intelectual. La cosa pública se gobierna con cortoplacismo, con la mirada puesta en la próxima contienda electoral y en la mejor forma de dañar al adversario. En tiempos de Ortega y en la actualidad. Ahora, ahora que sólo los nacionalistas campan a sus anchas sin que nadie con un puesto de responsabilidad haga nada por evitarlo, no deja de ser un consuelo leer a una mente lúcida que hablaba a las paredes contándoles cómo reorganizar España hace más de setenta años. Y todo, un esfuerzo inútil.
Ortega: "El esfuerzo inútil conduce a la melancolía".