Seámoslo: la reacción popular posterior al asesinato de un joven en Berga es repugnante. En las fiestas ancestrales de la Patum, un grupo de personas que desde hace un tiempo viene siendo conflictiva se peleó y, por lo visto, un muchacho que no tenía demasiado que ver con la trifulca fue apuñalado y resultó muerto. Desde entonces, buena parte de los jóvenes de la localidad, muchos de ellos muy vinculados a movimientos indepedentistas y de extrema izquierda, han responsabilizado a la policía de la muerte de su compañero.
Se han recogido 9.000 firmas pidiendo la no excarcelación de ningún detenido sospechoso de haber tenido alguna relación con el crimen, se han hecho concentraciones frente a los juzgados de Berga, se han colgado pancartas coercitivas acerca de la juez encargada del caso. Ahora, los comerciantes de la localidad se niegan a vender productos a familiares y conocidos de los detenidos, y el abogado de alguno de ellos ha recibido amenazas.
Es obvio que el autor o los autores del asesinato acontecido en la Patum deben ser perseguidos y castigados, pero con todas las garantías. Con esta reacción al crimen, estamos ante otro bochornoso ejemplo de la bazofia de los fenómenos de masas, de cómo esta suerte de justicia popular desdibuja las garantías procesales y se salta toda norma de urbanidad. Lo único gracioso es que la inmensa mayoría de los participantes en esta movilización de Berga son los mismos que se autoatribuyen la plena capacidad de tolerancia y un ansia infinita de paz.
Se han recogido 9.000 firmas pidiendo la no excarcelación de ningún detenido sospechoso de haber tenido alguna relación con el crimen, se han hecho concentraciones frente a los juzgados de Berga, se han colgado pancartas coercitivas acerca de la juez encargada del caso. Ahora, los comerciantes de la localidad se niegan a vender productos a familiares y conocidos de los detenidos, y el abogado de alguno de ellos ha recibido amenazas.
Es obvio que el autor o los autores del asesinato acontecido en la Patum deben ser perseguidos y castigados, pero con todas las garantías. Con esta reacción al crimen, estamos ante otro bochornoso ejemplo de la bazofia de los fenómenos de masas, de cómo esta suerte de justicia popular desdibuja las garantías procesales y se salta toda norma de urbanidad. Lo único gracioso es que la inmensa mayoría de los participantes en esta movilización de Berga son los mismos que se autoatribuyen la plena capacidad de tolerancia y un ansia infinita de paz.
***
A Jon Idigoras, que en el infierno esté, le han salido muchos elogiadores nacionalistas (la cabra siempre tiró al monte) desde que se ha conocido la noticia de su muerte. Me quedo con el masaje del presidente del PNV en Vizcaya, Íñigo Urkullu: "Desempeñó su labor con amor a su pueblo y con un compromiso de que este país avanzara también hacia el futuro". Lo bueno de los nacionalistas vascos es que se les entiende todo. Como mínimo es de agradecer la sinceridad con que se reconoce que, en realidad, la bombas lapa y el tiro en la nuca no es más que una expresión de amor al pueblo y ansia de avanzar hacia el futuro.