martes, junio 28, 2005

Teoría de colas


Occidente es, entre otras muchas cosas, un mundo de colas. He llegado a la conclusión de que, si por algo se puede medir el grado de civilización de una sociedad, es por el tiempo medio que hay que esperar para realizar cualquier gestión.

En Londres hay que hacer cola para todo, empezando por la parada de autobús. Los pasajeros forman diversas filas para las diferentes líneas que circulan por la parada, suben ordenadamente al bus y, si alguno intenta entrar al vehículo antes del pasajero que le precedía temporalmente, puede ser mordazmente increpado. En Los Ángeles, son conocidos los infames atascos de tráfico que se producen en las autopistas, y eso que Estados Unidos es un país muy avanzado y muy avezado en cuestiones que atañen a la diligencia del tráfico. En Viena, se forman colas muy particulares en cuanto al concierto de año nuevo: uno pide turno ahora y le venden la entrada inmediatamente, pero para el concierto de aquí a dos o tres años.

España debe ser un país del primer mundo, porque esta mañana he ido a Hacienda a satisfacer mis obligaciones con el fisco, y me he encontrado un espectáculo. Este año, además de las clásicas colas para entregar declaraciones, para comprar impresos, para recoger las etiquetas o hasta para pedir información acerca de a qué fila debe uno incorporarse, mi delegación de Hacienda ha ideado un revolucionario sistema para agilizar trámites: nada más llegar, hay que hacer cola para recoger un número que decide a cuál de las cinco colas subsiguientes debes dirigirte.

Las colas son el futuro. Apresurado ciudadano occidental: anímese y dedique el resto de su vida a esperar su turno. Pasa rápido.


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Antes de haber llegado al sillón, Anxo Quintana ya reclama veintiun mil millones (no se sabe muy bien si de pesetas, de euros o de lecops) y el reconocimiento de la nación gallega como realidad innegable y secular. Anxa es Castilla, como mínimo.