Una de las pocas cosas que aprendí en mi etapa de logsero en la escuela es que cuando uno tiene una buena motocicleta, no necesita hacer ningún tipo de ostensión exagerada: ya se ve que la moto es buena, no hace falta nada adicional. En cambio, los quiyos que llevan un ciclomotor cutre compensan su falta de cubicaje trucando sus modestas máquinas, consiguiendo que hagan un ruido tan estridente como molesto, al tiempo que hacen todo tipo de filigranas mientras circulan, avisando a todo el vecindario de que ahí van con sus Vespas. Y con el casco en un brazo, claro.
Algo parecido ocurre con el glorioso gobierno [no menos glorioso que el anterior] de la Comunidad Autónoma de Cataluña, y con su festividad de ámbito autonómico. Cuando los países son libres, cuando las sociedades son prósperas, cuando la administración se dedica a gestionar y no a gestionarse, no hace falta ninguna ostensión extraña para dejar claro que se está en un país normal. Eso en los países normales: no es el caso de Cataluña.
En los países anormales, los políticos se emocionan cuando visitan el extranjero y se hacen fotos con una corona de espinas; en los países anormales, los políticos se dedican a presentarse casi unánimemente a unas elecciones prometiendo un nuevo estatuto de autonomía [que a nadie interesa] para posteriormente dedicar la legislatura a pelearse por ese nuevo estatuto de autonomía [que a nadie interesa]; en los países anormales, los políticos hablan tanto y tan bien de su propia tierra que uno le acaba cogiendo asco; en los países anormales, se legisla sobre política lingüística; en los países anormales, se le ponen flores a un gilipuertas el 11 de septiembre; en los países anormales, la festividad de la zona se convierte sistemáticamente en una jornada de reivindicación identitaria, étnico-lingüística, excluyente y totalitaria.
En los países anormales, a quien critica estas cosas se le dice que está rompiendo la convivencia. Maragall y sus coetáneos se dedican a sus exhibiciones creyendo que pilotan la Yamaha de Rossi, paseándose como si fuesen un modelo de gobierno y tuvieran un modelo de sociedad libre, cuando en realidad llevan una exigua Scooter. El problema es que después de tanto derrapaje controlado y tanto levantar rueda, tarde o temprano uno acaba pegándose un josconcio, incluso si es nacionalista. En ese momento se asoma todo el vecindario y le grita al motero torpe: ¡¡ya te lo mereces, por tonto!!
Algo parecido ocurre con el glorioso gobierno [no menos glorioso que el anterior] de la Comunidad Autónoma de Cataluña, y con su festividad de ámbito autonómico. Cuando los países son libres, cuando las sociedades son prósperas, cuando la administración se dedica a gestionar y no a gestionarse, no hace falta ninguna ostensión extraña para dejar claro que se está en un país normal. Eso en los países normales: no es el caso de Cataluña.
En los países anormales, los políticos se emocionan cuando visitan el extranjero y se hacen fotos con una corona de espinas; en los países anormales, los políticos se dedican a presentarse casi unánimemente a unas elecciones prometiendo un nuevo estatuto de autonomía [que a nadie interesa] para posteriormente dedicar la legislatura a pelearse por ese nuevo estatuto de autonomía [que a nadie interesa]; en los países anormales, los políticos hablan tanto y tan bien de su propia tierra que uno le acaba cogiendo asco; en los países anormales, se legisla sobre política lingüística; en los países anormales, se le ponen flores a un gilipuertas el 11 de septiembre; en los países anormales, la festividad de la zona se convierte sistemáticamente en una jornada de reivindicación identitaria, étnico-lingüística, excluyente y totalitaria.
En los países anormales, a quien critica estas cosas se le dice que está rompiendo la convivencia. Maragall y sus coetáneos se dedican a sus exhibiciones creyendo que pilotan la Yamaha de Rossi, paseándose como si fuesen un modelo de gobierno y tuvieran un modelo de sociedad libre, cuando en realidad llevan una exigua Scooter. El problema es que después de tanto derrapaje controlado y tanto levantar rueda, tarde o temprano uno acaba pegándose un josconcio, incluso si es nacionalista. En ese momento se asoma todo el vecindario y le grita al motero torpe: ¡¡ya te lo mereces, por tonto!!