martes, septiembre 20, 2005

Vidal-Quadras y las monjas


Ahora que el gran circo de la reforma (sic) estatutaria de Cataluña puede estar a punto de entrar, de una vez por todas y para siempre en su fase terminal, hay quien se queja, no sin parte de razón, de que el espectáculo lamentable que están ofreciendo los nacionalistas de todos los partidos con la historia esta no ha sido sólida y manifiestamente criticado por el Partido Popular de Cataluña, empezando por su presidente, el excomunista, exprofesor, exempresario, exconvergente y exministro Josep Piqué.

Se dice también, no sin parte de razón de nuevo, que el numerito conformado por el tripartito gobernante y la oposición convergente hubiera sido arduamente criticado por el expresidente del PPC, Aleix Vidal-Quadras. A mí AVQ me cae bien, muy bien, aunque ahora esté algo cambiado; dicen que está bruselizado, cualquiera no pilla cierto aire democristiano intervencionista con ese sueldazo. La época de liderazgo de Vidal-Quadras en Cataluña, en realidad, no fue para tanto: simplemente fue una breve pero saludable novedad en la charca empastifada y maloliente, más conocida como oasis catalán.

Don Alejo se comportó con el catalanismo igual que un ateo al que recluyen a la fuerza en un colegio de monjas. Por propia supervivencia, por higiene intelectual, si el ateo tiene un mínimo de principios lo menos que puede hacer es empezar a soltar palabras malsonantes o directamente blasfemias a la desesperada. Las monjas pasarán a escandalizarse mucho, alguien lo anatematizará, pero en el fondo el sujeto sólo está protegiendo sus convicciones.

En el caso de AVQ, en la política catalana las cosas sagradas que escandalizan a las monjitas nacionalistas fueron otras. Y he ahí las intervenciones parlamentarias de Vidal-Quadras y de todo el PP catalán entre 1991 y 1996, cuestionando la política lingüística, exhibiendo los casos de corrupción convergentes, dinamitando los argumentos nacionalistas de que cuando algo se critica en Cataluña es que se está contra Cataluña, poniendo a caer de un burro la política educativa de Pujol. Todo ello, blasfemia destilada a oídos del stablishment catalán: un tiempo que nunca volverá.