domingo, diciembre 17, 2006

No le tengan miedo a Juan


Pasé medio verano en varias estaciones de cercanías Renfe en Barcelona, ejerciendo como auxiliar de atención al cliente, lo que viene a ser un tío que vende billetes. Fue una experiencia muy enriquecedora. Las mayores pegas eran estar muchas horas de pie y tener que levantarse muy muy temprano o llegar a casa bastante tarde por la noche, pero desde luego fue una oportunidad para observar el comportamiento humano.

Entre mis "destinos", me tocó estar tres semanas y un día en la estación de Barcelona - Plaza Cataluña. Como una condena. Lo más significativo de mi paso por la estación más calurosa, más estresante, más sucia y peor iluminada de Barcelona fue Juan. Juan es un yonki, un politoxicómano que todos los días va en algún momento del día a la estación. Camina encorvado, no pronuncia bien, es más feo que la viuda de Jesús Gil y su aspecto y sus gestos son intimidatorios. Todos los días, durante mi turno aparecía Juan una o dos veces. Empezaba a dar vueltas por allí, se acercaba a los usuarios de Renfe (a poder ser mujeres jóvenes) que intentaban adquirir sus billetes en las [nefastas] máquinas autoventa y les pedía 50 céntimos. Se apoyaba en la máquina, se ponía literalmente sobre ellos y les intentaba quitar el cambio que proporcionaba la máquina. Casi todo el mundo le daba algo, por miedo y para quitárselo de encima. Si rechazabas a Juan, en el mejor de los casos mascullaba algunos insultos mientras iba a por otro sufrido viajero, y en otras ocasiones te daba un pequeño empujón y/o te cancelaba la compra que estabas realizando en ese momento.

El primer día que vi a Juan, tras preguntarme a mí mismo inicialmente cómo puede existir alguien tan feo, pensé que desaparecería enseguida y que la gente no le haría caso. Pero no. Juan era asiduo del lugar, la mayoría de los usuarios le regalaba unos céntimos y el tío no se iba. Al cabo de unos minutos viendo al puto yonki allí sin que nadie hiciera nada, fui a la garita de los de seguridad. "Oye, ahí hay un personaje que está intimidando a los viajeros, pidiéndoles dinero en la máquina". "Ah sí, será Juan. Ahora vamos". No vinieron. No vinieron aquel día, ni el siguiente. Al tercer día que apareció el muchacho allí, se me ocurrió decirle a unas chicas que estaban a punto de comprar su billete que no le dieran nada al pesao. El muy cabrón me oyó, aún no sé cómo, supongo que lo intuiría. Me empezó a insultar y a amenazar, y yo le dije que se fuera. Craso error. Me empujó. Volví a llamar a los de seguridad y, por supuesto, en lugar de echar al yonki de allí y/o llamar a la policía, me dijeron que me quedara dentro del acceso a las vías, lejos de donde pudiera venir Juan, y que volviera a mi puesto cuando se marchara.

Tuve que estar conviviendo con el maldito toxicómano durante tres semanas, sin que ni los supuestos responsables de seguridad ni el supuesto jefe de estación hicieran nada. Hubo viajeros que se encararon con él y les fue peor que a mí. Ahora pienso que hice mal, que para lo que me quedaba en el convento tenía que haber llamado a la guardia urbana, pues aquello era indudablemente un comportamiento incívico perseguible según las ordenanzas del ayuntamiento de Barcelona. España es un país donde impera la ley de la selva, donde al que cumple con su deber le dan hasta en el carné de identidad, donde el Uy, tú mejor no te metas en líos es tan aplicable a un ridículo empleado de cercanías como a las más altas esferas del estamento político. Pero yo creo que es mejor meterse en líos, que vale la pena quedarse físicamente intranquilo a cambio de estar moralmente tranquilo y ser fiel a unas convicciones. Porque eso también es de aplicación tanto en un ideario político como en un improductivo empleo.

PS: Por cierto, si van a la estación de Pl.Catalunya y ven a Juan (es inconfundible) mientras intentan adquirir su billete, 1) no le den dinero y 2) avisen a la guardia urbana, pasen de los seguratas.