sábado, enero 27, 2007

Años que nunca volverán


Las sociedades serviles, cerradas y dirigidas giran en torno a la televisión. Como todos sabemos, la televisión en España es un manual de instrucciones: vemos lo que somos, y hacemos lo que vemos en la pequeña pantalla. No es de extrañar, pues, que la política española esté como la tele: hecha una mierda.

Por eso es sorprendente echar la vista atrás y maravillarse con lo buenos que eran los políticos de hace diez o quince años. Verbigratia:



Porque Felipe González era el jefe de una banda de asesinos y ladrones, pero incluso cuando decía vacuidades las decía con estilo, con oratoria hábil, con ese encanto que le permitió pasar 14 años en Moncloa mientras sus subordinados se pulían el sueldo y las comisiones en la marisquería. Porque Julio Anguita tenía una visión marxista, antiliberal y totalitaria, valga la redundancia, de la realidad, pero era fiel a sus convicciones y no vendía sus diputados al gobierno a cambio del calor de la pandilla. Porque José María Aznar no cumplió con muchas de las expectativas regeneracionistas que sobre él se habían depositado y además alguien le tenía que haber dicho que el bigote ese era lamentable, pero era un dirigente honrado, con unos objetivos claros y una aceptable ética de mínimos.

De todo aquello, o de algo como aquello, sólo nos queda Mariano Rajoy. Por eso, cuando el discurso plano de Pepiño, de la Chacón, de Eduardo Sotillos, de Susote de Toro o del togado chalado y sus mentes más planas todavía se erigen en autoridades intelectuales y cuestionan, critican y despachan los discursos de Rajoy con borregueces producto de la estulticia, es momento de ser conscientes de que, en efecto, vemos lo que somos, y somos lo que vemos por televisión.


***


Esta mañana, en la Escuela Industrial. Una mesa redonda sobre La Barcelona plural y cosmopolita, una excusa para escuchar tres o cuatro comentarios muy interesantes en relación con las grandes ciudades y el liberalismo. Debería intentar vencer mi timidez, lo he tenido a tiro de piedra. Qué bueno hubiera sido este breve intercambio al final del acto:

- ¡Señor Girauta! Enhorabuena por su libro, La ilustración liberal.
- Erm, gracias.
- ¿Sabe? Usted me cita en su libro. Soy Carlos López. Menciona mi blog.
- ¿En serio? ¿Tú eres Carlos López? ¡Pues eres un cabroncete!