Es común oir hablar de los minutos de la basura, ese rato perdido, malgastado o dedicado a bobadas, a la espera de algo más interesante o productivo.
Cuando aparecen manuales para oficiar una comunión por la civil, cuando hay más protección mediática a un etarra en huelga de hambre que a un exalcalde de Marbella corrupto, cuando los libros más leídos son sobre una cadena de radio, sobre el viaje a la felicidad o sobre los maestros de la República, cuando un portavoz parlamentario se dedica a pactar con sus supuestos adversarios la colocación de amigos en una caja de ahorros, cuando los gobernantes se pasan media vida reclamando únidad-únidad (queriendo decir, obviamente, únanimidad-únanimidad), cuando la vida pública es sueño (mucho sueño), y los sueños sueños son, uno concluye que nos han tocado los años de la basura, y que hubiera sido más justa una existencia en la Edad Media.
Cuando aparecen manuales para oficiar una comunión por la civil, cuando hay más protección mediática a un etarra en huelga de hambre que a un exalcalde de Marbella corrupto, cuando los libros más leídos son sobre una cadena de radio, sobre el viaje a la felicidad o sobre los maestros de la República, cuando un portavoz parlamentario se dedica a pactar con sus supuestos adversarios la colocación de amigos en una caja de ahorros, cuando los gobernantes se pasan media vida reclamando únidad-únidad (queriendo decir, obviamente, únanimidad-únanimidad), cuando la vida pública es sueño (mucho sueño), y los sueños sueños son, uno concluye que nos han tocado los años de la basura, y que hubiera sido más justa una existencia en la Edad Media.