Pasados los años, de mi profesor de autoescuela sólo guardo dos nítidos recuerdos. Uno, que desde primerísima hora de la mañana ya expedía un intenso, propagado, bacteriológico olor a vino. Dos, que no paraba de decirme, aburrido, "Cagüen la leshe jodía, Cal·lo!" cada vez que metía la pata en las prácticas (o sea, muy a menudo). Ser profesor de autoescuela se me antoja un empleo extremadamente aburrido: siempre las mismas calles, siempre los mismos errores de los torpes alumnos, siempre corrigiéndoles. Es aburrido, pero dicen que está bien pagado, al menos en Barcelona, debido al desequilibrio entre oferta y demanda.
Hay otros muchos trabajos en los que prima la monotonía, y en la mayoría de casos no tan bien remunerados. Este fin de semana he conocido el empleo más aburrido que existe sobre la faz de la Tierra: una señora, tras su ventanilla y durante ocho horas al día, se dedica a cobrar 50 céntimos a cada uno de los viajeros que apresuradamente desean entrar al lavabo de la estación central de Amsterdam. Por eso, si a usted se le están acabando las vacaciones y cualquier día de estos va a tener que regresar felizmente a su puesto de trabajo, piense que un empleo como el suyo es maravilloso a la par que entretenido. Para la señora de los 50 céntimos no tengo solución, pero no creo que me lea.
Hay otros muchos trabajos en los que prima la monotonía, y en la mayoría de casos no tan bien remunerados. Este fin de semana he conocido el empleo más aburrido que existe sobre la faz de la Tierra: una señora, tras su ventanilla y durante ocho horas al día, se dedica a cobrar 50 céntimos a cada uno de los viajeros que apresuradamente desean entrar al lavabo de la estación central de Amsterdam. Por eso, si a usted se le están acabando las vacaciones y cualquier día de estos va a tener que regresar felizmente a su puesto de trabajo, piense que un empleo como el suyo es maravilloso a la par que entretenido. Para la señora de los 50 céntimos no tengo solución, pero no creo que me lea.