¿Qué significa que te toque una vivienda de protección oficial? Si no entiendo mal, consiste en que un ayuntamiento otorgue a unos elegidos un inmueble a precio de ganga, cubriendo con fondos de las arcas municipales la diferencia entre el precio de mercado y el importe desembolsado por los protegidos.
Esto, que es un formidable timo para el conjunto de los contribuyentes y un negocio excepcional para unos escasísimos privilegiados que tienen el azar de su lado en un sorteo, parece ser la panacea, la gran solución que han venido defendiendo progresistas y conservadores en las sucesivas elecciones municipales de los últimos años (aunque sobre todo y de una manera escandalosa, los progres, claro). Esto, de paso, demuestra que aquí a la hora de la verdad, en política no hay nadie que sea liberal: el riesgo de que te llamen anarcocapitalista salvaje no parece compensar la necesidad de que alguien salga a la palestra y diga que la vivienda protegida es una de las grandes injusticias de este mundo, y que ni una más.
Entre las numerosas triquiñuelas que pueden llevarse a la práctica, acabo de conocer un caso en el que personas que hace diez años recibieron una vivienda protegida con el compromiso de no venderla por más de diez millones de las antiguas pesetas, la han puesto en venta en la actualidad, efectivamente con un precio de sesenta mil euros... más ciento ochenta mil en negro. Y es que no se le pueden poner puertas al campo, la administración no puede intervenir en un mercado en el que por más que se empeñe, al final, los agraciados 1) hacen un negocio redondo y 2) le meten un increíble gol a la Agencia Tributaria.
Una prueba del grave caos mental que atañe a los socialistas más recalcitrantes es que, autodenominándose progresistas y siendo supuestos amantes del igualitarismo y la no discriminación, tengan la cara dura de defender la existencia de estos regalos para cuatro espabilados con cargo a los presupuestos que pagamos los demás, mileuristas incluídos. Cabrones.
Esto, que es un formidable timo para el conjunto de los contribuyentes y un negocio excepcional para unos escasísimos privilegiados que tienen el azar de su lado en un sorteo, parece ser la panacea, la gran solución que han venido defendiendo progresistas y conservadores en las sucesivas elecciones municipales de los últimos años (aunque sobre todo y de una manera escandalosa, los progres, claro). Esto, de paso, demuestra que aquí a la hora de la verdad, en política no hay nadie que sea liberal: el riesgo de que te llamen anarcocapitalista salvaje no parece compensar la necesidad de que alguien salga a la palestra y diga que la vivienda protegida es una de las grandes injusticias de este mundo, y que ni una más.
Entre las numerosas triquiñuelas que pueden llevarse a la práctica, acabo de conocer un caso en el que personas que hace diez años recibieron una vivienda protegida con el compromiso de no venderla por más de diez millones de las antiguas pesetas, la han puesto en venta en la actualidad, efectivamente con un precio de sesenta mil euros... más ciento ochenta mil en negro. Y es que no se le pueden poner puertas al campo, la administración no puede intervenir en un mercado en el que por más que se empeñe, al final, los agraciados 1) hacen un negocio redondo y 2) le meten un increíble gol a la Agencia Tributaria.
Una prueba del grave caos mental que atañe a los socialistas más recalcitrantes es que, autodenominándose progresistas y siendo supuestos amantes del igualitarismo y la no discriminación, tengan la cara dura de defender la existencia de estos regalos para cuatro espabilados con cargo a los presupuestos que pagamos los demás, mileuristas incluídos. Cabrones.