Yo defiendo la igualdad de oportunidades para todos los españoles, independientemente de su lugar de empadronamiento, sin ningún tipo de derecho adquirido por haber nacido en un territorio determinado.
Yo defiendo un sistema educativo en el que prime el esfuerzo personal, la meritocracia, la autoridad. Un sistema en el que haya libros, exámenes, predicados nominales y planos inclinados, en el que los alumnos competentes sean los prioritarios y los vagos sean los denostados, y no a la inversa.
Yo defiendo el control del gasto público, la devolución a la sociedad civil de una parte de las responsabilidades que son mucho mejor llevadas desde el sector privado que desde la ineficiente maquinaria pública, una fiscalidad que grave el consumo en lugar de las rentas, una mayor desregularización del mercado laboral, el copago sanitario y la recuperación de los incentivos a los planes de pensiones privados.
Yo defiendo la primacía del imperio de la ley, que es la única garantía que tenemos en Occidente para asegurar que no se va a triturar nuestra libertad. Yo defiendo la tipificación como delito de la multirreincidencia en pequeñas faltas supuestamente inofensivas. Yo defiendo la lucha contra el terrorismo con todos los instrumentos que proporciona el Estado de Derecho. Yo defiendo que la apología del terrorismo que cada día se practica y se tolera en España sea perseguida.
Yo defiendo la concepción de una nación moderna como un Estado cuyas únicas señas identitarias son la democracia, la separación de poderes y la no discriminación por razón de lengua, sexo, raza o religión; en contraposición a esas micronaciones inventadas en base a criterios nacionalsocialistas.
Yo defiendo la monarquía parlamentaria como la forma de Estado más adecuada para nuestro país. Yo defiendo una jefatura de Estado no politizada, ornamental si usted quiere, que se dedique a un silente arbitraje que evite que los españoles nos matemos entre nosotros cada 40 ó 50 años, algo a lo que estamos históricamente acostumbrados.
Todas estas posiciones son, como usted puede imaginar, de la derecha extrema, el integrismo, el neonosequé. La moderación, en cambio, consiste en arrasar con la enseñanza pública a base de llenarla de pedagogos; presumir de gestión económica sin haber tomado ni una sola medida más allá de engancharse a la herencia de gestores anteriores; sacar pecho de superavit tras haber achacado hace cuatro años a ese mismo superavit todo tipo de tragedias marítimas, ferroviarias o militares; presumir de que tenemos un rey muy republicano; aprobar un Estatuto que dice que los catalanes tenemos derecho a la contemplación del paisaje en condiciones de igualdad, prohíbe que los forenses puedan ser forenses si no saben catalán y condiciona la elaboración de los presupuestos generales de *todo* el estado; declarar al Estado en tregua para poder negociar con un grupo terrorista, con el único objetivo de intentar mantenerse para siempre en el poder; rebajar el debate de la organización territorial del país a un lamentable "Si no piensas como yo, es que estás contra Catalunya"; decir un día una cosa y al siguiente la contraria.
Yo me quedo con el integrismo, qué quiere usted que le diga.
Yo defiendo un sistema educativo en el que prime el esfuerzo personal, la meritocracia, la autoridad. Un sistema en el que haya libros, exámenes, predicados nominales y planos inclinados, en el que los alumnos competentes sean los prioritarios y los vagos sean los denostados, y no a la inversa.
Yo defiendo el control del gasto público, la devolución a la sociedad civil de una parte de las responsabilidades que son mucho mejor llevadas desde el sector privado que desde la ineficiente maquinaria pública, una fiscalidad que grave el consumo en lugar de las rentas, una mayor desregularización del mercado laboral, el copago sanitario y la recuperación de los incentivos a los planes de pensiones privados.
Yo defiendo la primacía del imperio de la ley, que es la única garantía que tenemos en Occidente para asegurar que no se va a triturar nuestra libertad. Yo defiendo la tipificación como delito de la multirreincidencia en pequeñas faltas supuestamente inofensivas. Yo defiendo la lucha contra el terrorismo con todos los instrumentos que proporciona el Estado de Derecho. Yo defiendo que la apología del terrorismo que cada día se practica y se tolera en España sea perseguida.
Yo defiendo la concepción de una nación moderna como un Estado cuyas únicas señas identitarias son la democracia, la separación de poderes y la no discriminación por razón de lengua, sexo, raza o religión; en contraposición a esas micronaciones inventadas en base a criterios nacionalsocialistas.
Yo defiendo la monarquía parlamentaria como la forma de Estado más adecuada para nuestro país. Yo defiendo una jefatura de Estado no politizada, ornamental si usted quiere, que se dedique a un silente arbitraje que evite que los españoles nos matemos entre nosotros cada 40 ó 50 años, algo a lo que estamos históricamente acostumbrados.
Todas estas posiciones son, como usted puede imaginar, de la derecha extrema, el integrismo, el neonosequé. La moderación, en cambio, consiste en arrasar con la enseñanza pública a base de llenarla de pedagogos; presumir de gestión económica sin haber tomado ni una sola medida más allá de engancharse a la herencia de gestores anteriores; sacar pecho de superavit tras haber achacado hace cuatro años a ese mismo superavit todo tipo de tragedias marítimas, ferroviarias o militares; presumir de que tenemos un rey muy republicano; aprobar un Estatuto que dice que los catalanes tenemos derecho a la contemplación del paisaje en condiciones de igualdad, prohíbe que los forenses puedan ser forenses si no saben catalán y condiciona la elaboración de los presupuestos generales de *todo* el estado; declarar al Estado en tregua para poder negociar con un grupo terrorista, con el único objetivo de intentar mantenerse para siempre en el poder; rebajar el debate de la organización territorial del país a un lamentable "Si no piensas como yo, es que estás contra Catalunya"; decir un día una cosa y al siguiente la contraria.
Yo me quedo con el integrismo, qué quiere usted que le diga.