martes, noviembre 16, 2004

Año I


El 16 de noviembre del año 2003 se celebraron elecciones al Parlamento de Cataluña. El recuerdo más nítido que tengo de la jornada es el oír a un interventor de Iniciativa-Verds en mi colegio electoral diciendo que Conrad Adenauer era un ultraderechista.

Al margen de esa entrañable estupidez, en esas elecciones perdió Mas, pero ganando (46 escaños) y ganó Maragall, pero perdiendo (42 escaños). En cualquier caso, el único que ganó a todas luces fue el partido de Carod-Rovira, que duplicó resultados y se convirtío en árbitro de la situación. Durante estos doce meses han pasado muchas cosas en la política catalana (de aquí en adelante, el Oasis), la mayoría de ellas nunca vistas antes. Sea:

- Tras conocer los resultados electorales, Carod siempre se mantuvo en público aparentemente equidistante entre CIU y PSC, sin dar a conocer a quién apoyaría como partido gobernante durante más de tres semanas. Esa estrategia le permitió que, en la constitución de la cámara, ambos partidos le apoyaran a él para conseguir que un representante de ERC, tercera fuerza política, ostentara -y ostente- la presidencia del Parlament de Catalunya.

- Desvelados los gustos de Carod, se formó un gobierno sustentado por PSC, ERC e ICV. El primer gobierno autonómico de nuestra historia democrática que ni juró ni prometió lealtad al Rey ni acatamiento de la Constitución y el Estatuto en su toma de posesión, tal como exige la legalidad vigente.

- Desde entonces, en el terreno legislativo, los catalanes tenemos el gusto de contar con el gobierno menos gobernante que uno pueda imaginar: desde diciembre de 2003, se han aprobado la friolera de seis leyes, dos de las cuales son de presentación obligatoria (presupuestos y medidas fiscales). La actividad parlamentaria no es mucho mejor: por estas fechas todavía se están respondiendo las preguntas que fueron presentadas por los diputados de la oposición a principios del mes de abril.

Es posible que alguno se pregunte por qué extraño motivo la actividad estrictamente política del ejecutivo catalán haya sido tan escuálida. Sin duda, la explicación es el conocido "hecho diferencial catalán", puesto que nuestros padres de la patria tienen una concepción muy particular de qué es hacer política. Hacer política es, por ejemplo, que la consejera de interior se desplace a La Jonquera para visitar prostíbulos en horas de máxima afluencia de clientes. Hacer política es, cómo no, que el president Maragall afirme que existe una forma catalana de ver las cosas. Hacer política es nombrar Secretario de Comunicación de la Generalitat a una persona que en 1987 participó en la campaña electoral de Herri Batasuna.

Hacer política no es dar a conocer cuáles son las medidas de fomento del empleo por parte del gobierno autonómico: eso es una forma demasiado española de hacer política. Lo catalanamente correcto es amenazar con boicots comerciales a las empresas que despidan empleados, al más puro estilo Kirchner. O gastar más de 5 millones de euros en subvenciones a entidades nacionalistas, entidades que después insistirán en quejarse del tétrico sistema de financiación que tiene Cataluña, ignorando que la financiación estaría mejor si no se gastaran esos malditos 5 millones de euros en subvenciones.

Hacer política no es incentivar a las pequeñas y medianas empresas para que expandan sus negocios y creen puestos de trabajo, no: la verdadera política es el Bus de l'Estatut. No conviene plantear soluciones a posibles situaciones de inseguridad ciudadana en algunos barrios del área metropolitana de Barcelona, lo importante es que catalán y valenciano sean la misma lengua. El 18 de mayo de este año, el jefe del servicio de cirugía cardíaca del hospital Sant Pau de Barcelona hizo público que siete pacientes habían fallecido mientras estaban en lista de espera para ser intervenidos, pero eso qué más da, si lo importante es que tenemos una selección catalana de hockey patines que compra títulos.

Lo más fascinante del gobierno tripartito no es sólo que sea la síntesis de la inutilidad y la inoperancia más absoluta. Lo decididamente sobrecogedor es que si hubiese ganado CIU, y donde pone Maragall hubiera puesto Mas, habríamos tenido exactamente lo mismo. Como durante los anteriores 23 años. Como siempre.