Por fin. Se acerca Navidad. Como el Suchard, algunos llevábamos cerca un año esperándolo: el expresidente del gobierno, José María Aznar, ha terminado su maratoniana comparecencia (qué digo maratoniana, inacabable, elongadísima, cuasiestática) tras 10 horas y 48 minutos declarando ante la comisión de investigación sobre el 11 de marzo.
En estos momentos, pocos adjetivos se me ocurren. Simplemente demoledor. Los comisionados han mordido el polvo ante un Aznar que, como ocurrió cuando compareció Ángel Acebes, ha demostrado que el gobierno gestionó lo mejor que pudo la crisis, sin intereses electorales espurios de por medio, mientras el rojerío se aprovechaba de la situación. Los janés, cuestas, olabarrías han sido incapaces de demostrar la mentira de estado, incapaces de desmontar las supuestas falacias del entonces gobierno, incapaces de negar que no sólo Aznar dio a conocer toda la información de que dispuso entre el 11 y el 14 de marzo, sino que su gobierno fue el único que dio información veraz.
Fue el gobierno quien informó de la existencia de una cinta de iniciación al Corán, poco después de que apareciera.
Fue el gobierno quien anunció la apertura de una segunda línea de investigación, poco después de que se iniciara.
Fue el gobierno quien informó de las primeras detenciones, poco después de que se produjeran.
Fue el gobierno quien dio a conocer el vídeo reivindicativo del atentado, poco después de que apareciera.
Fue el gobierno quien dio todos estos datos antes de las elecciones.
Nadie más que el gobierno dio los datos reales con un proceder que incluso irritó a los responsables policiales al considerar que una excesiva transparencia podía empañar las investigaciones. Ningún avispado periodista, de los que entre el 11 y el 14 tenían tantos datos, supo dar ninguna de las informaciones anteriores antes de que lo diese a conocer el gobierno de Aznar. Eso sí, supimos del suicida de la SER, del sentido de Estado de Rubalcaba y de los emails reivindicativos por parte del mismo grupúsculo que se autoadjudicó el apagón de Nueva York en agosto de 2003.
Sus señorías han hecho el ridículo más espantoso al intentar demostrar que el gobierno ocultó información para aprovecharse de la situación. Sin duda, el hecho de que en 10 horas 48 minutos, la incapacidad de hallar una sola contradicción en el discurso de Aznar habrá sido la causa de que Joan Puig haya acabado hablando de La lista de Schindler, que Gaspar Llamazares haya sugerido que el gobierno francés está detrás del 11M o que el socialista Álvaro Cuesta haya terminado ensalzando la figura de Bush. Enhorabuena, Cuesta.
Por supuesto, seguirá habiendo exactamente los mismos zotes que ayer que seguirán creyendo que el gobierno del PP mintió para sacar provecho electoral de los cadáveres. No me preocupa demasiado: la ignorancia siempre ha sido condición humana. Me preocupan mucho más los caraduras que se lucran gracias a ellos.
En estos momentos, pocos adjetivos se me ocurren. Simplemente demoledor. Los comisionados han mordido el polvo ante un Aznar que, como ocurrió cuando compareció Ángel Acebes, ha demostrado que el gobierno gestionó lo mejor que pudo la crisis, sin intereses electorales espurios de por medio, mientras el rojerío se aprovechaba de la situación. Los janés, cuestas, olabarrías han sido incapaces de demostrar la mentira de estado, incapaces de desmontar las supuestas falacias del entonces gobierno, incapaces de negar que no sólo Aznar dio a conocer toda la información de que dispuso entre el 11 y el 14 de marzo, sino que su gobierno fue el único que dio información veraz.
Fue el gobierno quien informó de la existencia de una cinta de iniciación al Corán, poco después de que apareciera.
Fue el gobierno quien anunció la apertura de una segunda línea de investigación, poco después de que se iniciara.
Fue el gobierno quien informó de las primeras detenciones, poco después de que se produjeran.
Fue el gobierno quien dio a conocer el vídeo reivindicativo del atentado, poco después de que apareciera.
Fue el gobierno quien dio todos estos datos antes de las elecciones.
Nadie más que el gobierno dio los datos reales con un proceder que incluso irritó a los responsables policiales al considerar que una excesiva transparencia podía empañar las investigaciones. Ningún avispado periodista, de los que entre el 11 y el 14 tenían tantos datos, supo dar ninguna de las informaciones anteriores antes de que lo diese a conocer el gobierno de Aznar. Eso sí, supimos del suicida de la SER, del sentido de Estado de Rubalcaba y de los emails reivindicativos por parte del mismo grupúsculo que se autoadjudicó el apagón de Nueva York en agosto de 2003.
Sus señorías han hecho el ridículo más espantoso al intentar demostrar que el gobierno ocultó información para aprovecharse de la situación. Sin duda, el hecho de que en 10 horas 48 minutos, la incapacidad de hallar una sola contradicción en el discurso de Aznar habrá sido la causa de que Joan Puig haya acabado hablando de La lista de Schindler, que Gaspar Llamazares haya sugerido que el gobierno francés está detrás del 11M o que el socialista Álvaro Cuesta haya terminado ensalzando la figura de Bush. Enhorabuena, Cuesta.
Por supuesto, seguirá habiendo exactamente los mismos zotes que ayer que seguirán creyendo que el gobierno del PP mintió para sacar provecho electoral de los cadáveres. No me preocupa demasiado: la ignorancia siempre ha sido condición humana. Me preocupan mucho más los caraduras que se lucran gracias a ellos.