domingo, mayo 22, 2005

Había una vez un circo


Por definición, la clase política es tonta perdida. No es extraño: cualquier persona que sea inteligente y honesta sabe ganarse la vida de una forma mucho más decente y decorosa en el sector privado. Los cargos públicos quedan, de un plumazo, reservados en su práctica totalidad a lo peor de nuestra sociedad: individuos mediocres con, en muchos casos, intereses espurios, en cuya carrera profesional no figura ningún mérito y casi ninguna actividad conocida, más allá que calentar el asiento.

Todo esto lo conocíamos. Lo sabemos y estamos vacunados para ello. No hay que tomarse muy en serio a un político: suele limitarse a ponerse en su papel. Sin embargo, una cosa es ser un actor de baja calidad y otra muy distinta es desempeñar el papel de payaso de circo.

Los payasos de la tele, estos tres últimos días de gira por Israel. Ahora no homenajeo a Isaac Rabin porque no sale la bandera de mi reino de taifas. Ahora me hago fotos con la corona de espinas, ese souvenir tan entrañable. Ahora voy a hacer un rato el pánfilo evocando al mítico ex secuestrador de aviones Yasser Arafat.

Cada día uno entiende un poco más qué es ser nacionalista: tan obsesionados andan con su patria mágica, que el mundo les viene grande, infantilmente grande. ¿Hay algo más infantil que ir a Israel a hacer el payaso?