Por una posible dedicación profesional futura, he asistido al curso para la obtención del Certificado de Aptitud Pedagógica durante los últimos siete meses, en el Instituto de Ciencias de la Educación (sic) de la Universidad de Barcelona. Este certificado es necesario para poder ejercer como profesor de ESO y Bachillerato en España, en la escuela pública y en la concertada.
A priori, uno podría pensar que esta titulación acredita que el poseedor tiene unos conocimientos suficientes de su especialidad, y que ha adquirido una serie de recursos necesarios para ejercer como docente, como por ejemplo qué criterios tener en cuenta para evaluar, cómo controlar una clase sin que se te desmadren los churumbeles, conocer la legislación educativa; también, con un cierto prejuicio con el adjetivo pedagógico, uno puede esperar que van a hablarle de lo importante que es hablar de la educación ambiental en clase y lo necesarias que son las prácticas de laboratorio en las asignaturas de ciencias.
Pues no.
El Certificado de Aptitud Pedagógica es, en realidad, una enorme maquinaria de propaganda. Durante siete meses, no he recibido ni una sola información acerca de las cuestiones cotidianas con las que se puede encontrar un profesor en el aula. Ni siquiera, como cabría esperar, una comida de tarro light acerca de los valores de ciudadanía y medio ambiente y tal y que cual. Sólo he visto cartomancia, ciencias ocultas, supersticiones de los pedagogos, sin justificación alguna, afirmaciones gratuitas sobre la necesidad de los nuevos métodos de enseñanza y de innovación permanente.
Con precisión y exhaustividad, los próximos días iremos diseccionando todo lo que he tenido que aguantar este tiempo en el Certificado de Aptitud Progresista, todas las falacias, todas las contradicciones, todas las alocuciones vacías, toda la basurilla intelectual, todas las estupideces que campan a sus anchas por los pasillos de las universidades catalanas, españolas, europeas, mundiales. Un espectáculo sobrecogedor que nadie debe perderse.
A priori, uno podría pensar que esta titulación acredita que el poseedor tiene unos conocimientos suficientes de su especialidad, y que ha adquirido una serie de recursos necesarios para ejercer como docente, como por ejemplo qué criterios tener en cuenta para evaluar, cómo controlar una clase sin que se te desmadren los churumbeles, conocer la legislación educativa; también, con un cierto prejuicio con el adjetivo pedagógico, uno puede esperar que van a hablarle de lo importante que es hablar de la educación ambiental en clase y lo necesarias que son las prácticas de laboratorio en las asignaturas de ciencias.
Pues no.
El Certificado de Aptitud Pedagógica es, en realidad, una enorme maquinaria de propaganda. Durante siete meses, no he recibido ni una sola información acerca de las cuestiones cotidianas con las que se puede encontrar un profesor en el aula. Ni siquiera, como cabría esperar, una comida de tarro light acerca de los valores de ciudadanía y medio ambiente y tal y que cual. Sólo he visto cartomancia, ciencias ocultas, supersticiones de los pedagogos, sin justificación alguna, afirmaciones gratuitas sobre la necesidad de los nuevos métodos de enseñanza y de innovación permanente.
Con precisión y exhaustividad, los próximos días iremos diseccionando todo lo que he tenido que aguantar este tiempo en el Certificado de Aptitud Progresista, todas las falacias, todas las contradicciones, todas las alocuciones vacías, toda la basurilla intelectual, todas las estupideces que campan a sus anchas por los pasillos de las universidades catalanas, españolas, europeas, mundiales. Un espectáculo sobrecogedor que nadie debe perderse.