miércoles, julio 05, 2006

Por qué no quise ser progre (III)


Debíamos estar en las navidades de 1997 cuando apareció en el teledario del mítico Ernestro Che Buruaga, cual mensaje navideño, el ministro Josep Piqué. Por aquel entonces Piqué era un cuarentón apuesto que sólo había tocado poder y nunca había hecho política de partido en la oposición (¡ay, la que le esperaba unos años más tarde!), y el que aquel hombre sólo hubiera estado acomodado siempre, primero en la universidad, después en la empresa y después en el gobierno, supongo que hacía desconfiar a cualquiera.

El caso es que Piqué apareció y en su peculiar mensaje navideño anunció que en el año siguiente (y, de hecho, en los años siguientes) las tarifas eléctricas no sólo no aumentarían sino que bajarían. La causa, la liberalización del sector. En aquel momento, yo veía la tele y recuerdo que me sentí como un pulpo en un garaje. ¿La liberalización? ¿Qué narices era liberalizar? Una palabra así suelta, sin explicación que la acompañase, "la liberalización del sector", era como afirmar que el calantrenco es una especie de tronchoco que utilizan los malevos cuando van a la treva.

Me extrañó que en la escuela no nos hablasen de qué es liberalizar. Liberalismo, debería ser un concepto remarcable en una clase de historia en el extinto BUP, si por la coña del liberalismo nos bajaban la luz. Al parecer, me enteré de que el liberalismo era el extremo opuesto al marxismo, pero que todos los extremos eran malos. El marxismo lo inventó Karl Marx y nunca se pudo llevar bien a la práctica; el liberalismo lo inventó Adam Smith (sic) y significa "marica el último": está claro que no funciona porque sólo beneficia a los ricos.

Paralelamente a todo aquello, veía de vez en cuando (en TV3 lo promocionaban mucho, y eso que era oposición también en Cataluña) las patéticas intervenciones de Joan Saura. Por lo visto, Saura era más partidario del marxismo que no del liberalismo. La primera conclusión a la que llegué fue que lo mejor debía ser el término medio, un poco de marxismo y un poco de liberalismo mezclados al 50%. Quizás no era bueno que cuando tuviese edad para votar me inclinase por ICV, el partido sandía (verde por fuera, rojo por dentro). Quizás era mejor... ¡Convergència i Unió!. Parecían ser los que más se acercaban al 50-50.