He visto que 59 segundos regresa "con la pluralidad como principal estandarte", dicen. Las tertulias de Com Ràdio son singulares porque son plurales, decía su lema años atrás. La mesa de debate de María Progresa Campos estaba muy bien porque era plural: estaban representadas todas las ideas políticas, contaban.
A mí me parece un engaño. Lo importante no es que los intervinientes en un debate sean plurales (porque, en su extremo, implicaría que deberían emitir todas las opiniones posibles cada uno de ellos), sino que sean honestos. Si resulta que lo plural es que en el debate de Ágora de los lunes por la noche en el 33 haya cinco tertulianos, cada uno de los cuales sea el vocero particular de cada una de las cinco formaciones políticas con representación parlamentaria, ya no tenemos pluralidad sino ficción: los analistas deben ser analistas, no correas de transmisión. Las opiniones deben basarse en los hechos, y no en las creencias. La pluralidad del estricto espectro ideológico no es más que eso, multiplicidad de versiones de cada hecho de acuerdo con criterios previos. En realidad, los que presumen de plurales, de la misma forma que los que presumen de independientes, objetivos e imparciales, suelen ser todos socialistas.
En nombre de la pluralidad se ha cometido un número indecentemente alto de fechorías. En nombre de la pluralidad, se esgrime como argumento que ocho de los nueve grupos parlamentarios del Congreso de los Diputados dan su apoyo al gobierno en la negociación con terroristas, como si cada uno de ellos tuviera un peso de 1/9 en la función representativa. En nombre de la pluralidad, se afirma que España es plural pero en cambio cada una de sus nacionalidades histéricas es singular, homogénea y distinguible. El pluralismo, o cómo esconder conceptos serios tras una metáfora vacía.
A mí me parece un engaño. Lo importante no es que los intervinientes en un debate sean plurales (porque, en su extremo, implicaría que deberían emitir todas las opiniones posibles cada uno de ellos), sino que sean honestos. Si resulta que lo plural es que en el debate de Ágora de los lunes por la noche en el 33 haya cinco tertulianos, cada uno de los cuales sea el vocero particular de cada una de las cinco formaciones políticas con representación parlamentaria, ya no tenemos pluralidad sino ficción: los analistas deben ser analistas, no correas de transmisión. Las opiniones deben basarse en los hechos, y no en las creencias. La pluralidad del estricto espectro ideológico no es más que eso, multiplicidad de versiones de cada hecho de acuerdo con criterios previos. En realidad, los que presumen de plurales, de la misma forma que los que presumen de independientes, objetivos e imparciales, suelen ser todos socialistas.
En nombre de la pluralidad se ha cometido un número indecentemente alto de fechorías. En nombre de la pluralidad, se esgrime como argumento que ocho de los nueve grupos parlamentarios del Congreso de los Diputados dan su apoyo al gobierno en la negociación con terroristas, como si cada uno de ellos tuviera un peso de 1/9 en la función representativa. En nombre de la pluralidad, se afirma que España es plural pero en cambio cada una de sus nacionalidades histéricas es singular, homogénea y distinguible. El pluralismo, o cómo esconder conceptos serios tras una metáfora vacía.
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El Defensor del Pueblo afirma que el vigente Estatuto de Cataluña es inconstitucional. Por fortuna, es una de los pocas figuras públicas que lo afirma, y en consecuencia recurre al tribunal constitucional. Y sale ese Montilla, y sale ese Mas, a criticar tamaño atrevimiento, despachándolo como intolerable porque defiende las tesis del PP y va contra la decisión del pueblo de Cataluña (¿qué pueblo?). E impávidos, Montilla y Mas, el nuevo dúo Esteso&Pajares de la Cataluña de principios de siglo, van dando lecciones al Partido Popular de cómo no desprestigiar las instituciones, ellos, que no han hecho otra cosa en su vida, al margen de sus negocios semiprivados.