sábado, noviembre 25, 2006

Video killed the radio star, but also our brains


Si asumimos que la inmensa mayoría de los humanos somos poco más que simios parlantes y que las personas con cierto rigor intelectual escasean, puede comprenderse el por qué de la tele actual.

En España, el devenir de los años, de las circunstancias y de la LOGSE ha convertido la televisión en un accesible manual de instrucciones: en la tele te explican que cuando hay sangre hay que mirar con atención, que un govern d'entesa no es lo mismo que un govern tripartit, o que el fútbol es por lo visto algo muy importante en la vida.

Esto ya venía siendo así desde hace muchísimos años, pero desde hace un tiempo asistimos de forma acelerada a una macroestupidización colectiva jamás vista antes en una sociedad democrática. Yo, como adusto e impávido seguidor de la actualidad diaria y como infatigable observador del comportamiento de mis congéneres, compruebo que en España es posible, desde que uno se levanta hasta que se acuesta, encender el televisor y tragarse relatos del día a día penitenciario de Alhaurín de la Torre, análisis de la conducta de psicópatas, pedófilos y parricidas, informativos que no informan, titulares que confunden, detectores de mentiras que mienten, concursos de modelos, tertulias plurales, entrevistas con iletrados y hasta la nieta de Franco haciendo el gilipollas.

La degradación televisiva española ha llegado a tal extremo que en estos momentos el programa cultural de mayor calidad es Humor amarillo y el informativo más riguroso es El tiempo. Es una cuestión de emergencia nacional: alguien tiene que llevar al Congreso de los Diputados una iniciativa legislativa popular para proponer la prohibición de la televisión. Porque ni la tregua de Eta ni las reformas estatutarias: el verdadero fin de España lo provocará la tele.