Los que dicen saber de psiquiatría comentan que todo ser humano, y ciertos animales, tienen un llamado medio de elección, un lugar, unas circunstancias, un conjunto de elementos favorables al sujeto en los que se desenvuelve mejor, se siente cómodo.
Así, es de esperar que no sea fácil ver a un católico en el Congreso Mundial de Ateísmo, a una persona con aversión a las alturas en un parque de atracciones, a un tímido en una despedida de soltero, o sencillamente a un pulpo en un garaje. Esto los malos psiquiatras se lo creen, pero no es cierto: no conocen a nuestro líder cósmico Rodríguez Zapatero, fenómeno humano capaz de tumbar un axioma de la psicología clínica.
El viernes, el presidente el Gobierno, a quien se le supone la voluntad de defender los intereses generales de los ciudadanos españoles y garantizar el respeto de los derechos y libertades fundamentales, dijo que quienes le conocen bien saben que tiene el compromiso de defender concienzudamente y ampliar la identidad catalana.
Identidad catalana, dice. El señor ZP no se entera de que eso de reclamar "más identidad catalana" es un simpático eufemismo (en el léxico nacionalista todo son eufemismos) mediante el que se contrapone la concepción de la nación española, basada en las garantías, la libertad individual, la no existencia de privilegios, a una nación identitaria, étnica, medievalista, con criterios exclusivos y excluyentes en base a la homogeneidad de la lengua. Allá donde haya un póngido que reclama reforzar la identidad catalana, hay una ideología incompatible con la democracia.
Yo, que no espero nada de los nacionalistas, estoy perfectamente acostumbrado y soy inmune a su siniestra retórica; en cambio, no puedo evitar sorprenderme ante este hombre de mirada dulzona, sonrisa a modo de rictus, gestualidad torpe y alguna mueca diabólica, quien, desde la jefatura del gobierno, se dedica a elogiar el discurso nacionalista, cual pulpo en un garaje.
Así, es de esperar que no sea fácil ver a un católico en el Congreso Mundial de Ateísmo, a una persona con aversión a las alturas en un parque de atracciones, a un tímido en una despedida de soltero, o sencillamente a un pulpo en un garaje. Esto los malos psiquiatras se lo creen, pero no es cierto: no conocen a nuestro líder cósmico Rodríguez Zapatero, fenómeno humano capaz de tumbar un axioma de la psicología clínica.
El viernes, el presidente el Gobierno, a quien se le supone la voluntad de defender los intereses generales de los ciudadanos españoles y garantizar el respeto de los derechos y libertades fundamentales, dijo que quienes le conocen bien saben que tiene el compromiso de defender concienzudamente y ampliar la identidad catalana.
Identidad catalana, dice. El señor ZP no se entera de que eso de reclamar "más identidad catalana" es un simpático eufemismo (en el léxico nacionalista todo son eufemismos) mediante el que se contrapone la concepción de la nación española, basada en las garantías, la libertad individual, la no existencia de privilegios, a una nación identitaria, étnica, medievalista, con criterios exclusivos y excluyentes en base a la homogeneidad de la lengua. Allá donde haya un póngido que reclama reforzar la identidad catalana, hay una ideología incompatible con la democracia.
Yo, que no espero nada de los nacionalistas, estoy perfectamente acostumbrado y soy inmune a su siniestra retórica; en cambio, no puedo evitar sorprenderme ante este hombre de mirada dulzona, sonrisa a modo de rictus, gestualidad torpe y alguna mueca diabólica, quien, desde la jefatura del gobierno, se dedica a elogiar el discurso nacionalista, cual pulpo en un garaje.
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No olvidemos que el CIS ha pronosticado un 68% de participación para el referendum del día 20.