Durante años, la llamada financiación autonómica ha sido un conejo en la chistera del nacionalismo catalán. Desde principios de los 90, Pujol exhibía sus lamentos por la escuálida financiación que recibía la administración autonómica de Cataluña de parte de Madrit, distrayendo así al personal mientras el gran ubú gastaba más dinero público que el gobierno central, imponía a golpe de subvención la normalización lingüística, colocaba a Pasqual Estevill en el Consejo General del Poder Judicial o inauguraba Port Aventura llamando "empresario ejemplar" a Javier de la Rosa.
La retórica nacionalista, en tanto que retórica, termina aburriendo hasta a sus creadores. Por ese motivo, hace muy poco tiempo ha aparecido un nuevo término para entretener al personal. Un concepto espeluznante pulula por la lúcida mente de los habitantes del oasis catalán inexistente: el deficit fiscal. Haciendo alarde de indigencia intelectual, se comenta que Cataluña, así en general, paga a Madrit más dinero del que recibe. Y tan panchos.
Cualquiera que no sea un inepto sabe que las piedras no pagan impuestos, Cataluña no paga impuestos. Quienes pagamos impuestos somos los catalanes. Y como cualquier otro ciudadano, un catalán hace su declaración del IRPF y paga o recibe en función de su renta, y lo más normal del mundo es que en las zonas de España donde más producción industrial, más prosperidad económica y, en definitiva, más riqueza hay, es donde más tributos se pagan. Por otro lado, si la empresa Derbi vende una motocicleta a un habitante de Extremadura, el IVA lo está tributando la compañía catalana, pero en realidad el pago proviene del comprador extremeño. La inexistencia del deficit fiscal o la difícil sencillez: en el dinero público, lo que entra por un lado sale por otro.
Leo hoy en El Confidencial que hasta en el PP de Cataluña están flirteando con esta bonita idea del deficit fiscal. Demasiado empeñado en sacrificar los principios a cambio de los votos, no sé si Piqué puede reparar en que tal vez se quede sin principios y sin votos.
La retórica nacionalista, en tanto que retórica, termina aburriendo hasta a sus creadores. Por ese motivo, hace muy poco tiempo ha aparecido un nuevo término para entretener al personal. Un concepto espeluznante pulula por la lúcida mente de los habitantes del oasis catalán inexistente: el deficit fiscal. Haciendo alarde de indigencia intelectual, se comenta que Cataluña, así en general, paga a Madrit más dinero del que recibe. Y tan panchos.
Cualquiera que no sea un inepto sabe que las piedras no pagan impuestos, Cataluña no paga impuestos. Quienes pagamos impuestos somos los catalanes. Y como cualquier otro ciudadano, un catalán hace su declaración del IRPF y paga o recibe en función de su renta, y lo más normal del mundo es que en las zonas de España donde más producción industrial, más prosperidad económica y, en definitiva, más riqueza hay, es donde más tributos se pagan. Por otro lado, si la empresa Derbi vende una motocicleta a un habitante de Extremadura, el IVA lo está tributando la compañía catalana, pero en realidad el pago proviene del comprador extremeño. La inexistencia del deficit fiscal o la difícil sencillez: en el dinero público, lo que entra por un lado sale por otro.
Leo hoy en El Confidencial que hasta en el PP de Cataluña están flirteando con esta bonita idea del deficit fiscal. Demasiado empeñado en sacrificar los principios a cambio de los votos, no sé si Piqué puede reparar en que tal vez se quede sin principios y sin votos.