"No tienes razón, porque la mayoría de la gente piensa lo contrario". O bien "yo pienso esto porque así lo cree la gran mayoría". Seamos pedantes. La falacia ex populum o falacia demagógica es un razonamiento engañoso que nos conduce a considerar que una determinada proposición es verdadera simplemente porque así es aceptada por "la mayoría".
Uno puede caer en esa trampa de buena fe, y creer en el cambio climático, porque lo dice todo el mundo. Saber si los argumentos sobre el supuesto cambio climático son sólidos o rebatibles cuesta esfuerzo, y no en vano dijo Josep Pla que es más fácil creer que saber. En ¿Quiere ser millonario?, cuando uno pide el comodín del público en una pregunta difícil, el público vota al azar, y un buen concursante sabe que no debe fiarse demasiado del criterio del público aunque haya salido una opción claramente mayoritaria.
El problema no es utilizar esta falacia por desconocimiento, sino emplearla voluntariamente, ser absolutamente consciente de la vaguedad del argumento "esto es así porque lo piensa la mayoría" y aun así utilizarlo para fostigar al adversario dialéctico.
¿Quién es "la mayoría"? ¿Cómo ha llegado "la mayoría" a formarse una opinión acerca de un determinado asunto? ¿Basándose en los criterios de "la mayoría" previa? ¿Por qué una persona que sostiene unos determinados principios de forma razonada y coherente debe tener, a priori, menos plausibilidad que una gran masa que sostenga otras ideas? ¿Debemos usted o yo cambiar de planteamientos en el momento en que comprobemos que los otros son más? ¿Por qué, con el paso del tiempo, "la mayoría", que parece ser una gran masa compacta, cambia de opinión, movida tal vez por una especie de mano invisible que guía su criterio, y vuelve a cambiar más adelante, y cambia de nuevo?
El otro día, un servidor comentó que Andalucía no necesita más autonomía sino más iniciativa privada. Un comentarista anónimo, que probablemente debe ser funcionario porque no parecía muy partidario de adelgazar la administración pública, respondía que "eso no es lo que piensan la mayoría de andaluces", sin por supuesto explicar qué tiene de bueno el Estado autonómico y qué tiene de malo desear menos Estado y más sociedad civil. Y tan pancho que se debió quedar en su silla funcionarial (y por cierto, en Andalucía y en toda España, lo único que es realmente propiedad privada es la plaza de funcionario, la ganas y te la quedas en propiedad de por vida).
La paupérrima apelación al criterio de la gran masa de gente es una invitación a pasar nuestro cerebro por la turmix, a dejarnos seducir por lo que haya pensado otro sin solución de continuidad. Y yo no sólo no quiero acabar con mis escasas neuronas, sino que además pienso que la mayoría es mediocre, y una mayoría de mediocres suelen estar equivocados. En democracia, hágase aquello que opine la mayoría. Pero lo que opine la mayoría no necesariamente es la verdad.
Platón: Cuando una multitud ejerce la autoridad, es más cruel que los tiranos.
Winston Churchill: El mayor argumento contra la democracia es una conversación de cinco minutos con el votante medio.
Uno puede caer en esa trampa de buena fe, y creer en el cambio climático, porque lo dice todo el mundo. Saber si los argumentos sobre el supuesto cambio climático son sólidos o rebatibles cuesta esfuerzo, y no en vano dijo Josep Pla que es más fácil creer que saber. En ¿Quiere ser millonario?, cuando uno pide el comodín del público en una pregunta difícil, el público vota al azar, y un buen concursante sabe que no debe fiarse demasiado del criterio del público aunque haya salido una opción claramente mayoritaria.
El problema no es utilizar esta falacia por desconocimiento, sino emplearla voluntariamente, ser absolutamente consciente de la vaguedad del argumento "esto es así porque lo piensa la mayoría" y aun así utilizarlo para fostigar al adversario dialéctico.
¿Quién es "la mayoría"? ¿Cómo ha llegado "la mayoría" a formarse una opinión acerca de un determinado asunto? ¿Basándose en los criterios de "la mayoría" previa? ¿Por qué una persona que sostiene unos determinados principios de forma razonada y coherente debe tener, a priori, menos plausibilidad que una gran masa que sostenga otras ideas? ¿Debemos usted o yo cambiar de planteamientos en el momento en que comprobemos que los otros son más? ¿Por qué, con el paso del tiempo, "la mayoría", que parece ser una gran masa compacta, cambia de opinión, movida tal vez por una especie de mano invisible que guía su criterio, y vuelve a cambiar más adelante, y cambia de nuevo?
El otro día, un servidor comentó que Andalucía no necesita más autonomía sino más iniciativa privada. Un comentarista anónimo, que probablemente debe ser funcionario porque no parecía muy partidario de adelgazar la administración pública, respondía que "eso no es lo que piensan la mayoría de andaluces", sin por supuesto explicar qué tiene de bueno el Estado autonómico y qué tiene de malo desear menos Estado y más sociedad civil. Y tan pancho que se debió quedar en su silla funcionarial (y por cierto, en Andalucía y en toda España, lo único que es realmente propiedad privada es la plaza de funcionario, la ganas y te la quedas en propiedad de por vida).
La paupérrima apelación al criterio de la gran masa de gente es una invitación a pasar nuestro cerebro por la turmix, a dejarnos seducir por lo que haya pensado otro sin solución de continuidad. Y yo no sólo no quiero acabar con mis escasas neuronas, sino que además pienso que la mayoría es mediocre, y una mayoría de mediocres suelen estar equivocados. En democracia, hágase aquello que opine la mayoría. Pero lo que opine la mayoría no necesariamente es la verdad.
Platón: Cuando una multitud ejerce la autoridad, es más cruel que los tiranos.
Winston Churchill: El mayor argumento contra la democracia es una conversación de cinco minutos con el votante medio.